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LENNY Z PITO BONILLA
@creaciónpsicología XXI
Es natural que en un grupo social o nación después de los tratados de paz, venga un tiempo de resistencia, condición inherente al ser humano que tiende a no aceptar en primera instancia lo nuevo, la opción de cambio, la idea de salir de la zona de confort en la que ha permanecido estático y hasta seguro, aun en medio del conflicto armado y la guerra. Nuevas posibilidades significa desafíos y la tendencia ante ellos, es sentir miedo por lo que implica moverse, pararse, salir, expresar y sentir aires de libertad.
A nadie le gusta el conflicto ni vivir en medio de la violencia, pero cuando ellos se instalan en la vida de individuos y colectivos lo que sucede es que se activa el sentido de sobrevivencia y se da la adaptación a las circunstancias por absurdo que parezca. La mente busca mecanismos de defensa, de protección y aprende a vibrar en la zozobra, la incertidumbre o el evitar al máximo ser tocada por la situación interna o externa que se vive. Al final viene la acostumbre, el creer que no hay nada que hacer, la imposibilidad de ver y encontrar salidas, la incubación en aquello que aunque no se merece y no es real, erróneamente la mente termina creyéndoselo y aceptándolo. Adormecimiento, letargo paralizante y robotización que limitan o encadenan, opciones inconscientes pero que sirven para sobrevivir en medio de la tragedia.
Entonces cuando aparece procesos de diálogos y negociaciones, la firma de acuerdos y se inicia una coyuntura con tintes de paz, nos asustamos porque eso implica vernos, sentir y pensar de otra manera, en contravía a lo establecido desde esas creencias limitantes e incapacitantes. En el caso de Colombia, casi sesenta años de conflicto guerrilla, paramilitares y todo tipo de agentes armados nos han minado, acallado, acorralado, achiquitado, secuestrado y asesinado haciéndonos creer que somos agresivos, sanguinarios, crueles y uno de los países más violentes del mundo.
Es natural y comprensible que muchas personas y grupos estén reaccionando en contra de todo lo que huele a proceso de paz, porque es el chic que tenemos incorporado dos generaciones de colombianos y aun la del siglo xxi para quien será más fácil cambiarlo. Pensamientos de guerra, violencia, dolor, atrocidades, horror, etc. están anclados en nuestro cerebro y peor aún en el corazón. Vivimos aterrados, aterrorizados y encerrados en esa mentalidad para protegernos.
Los colombianos estamos enmarcados en la negatividad, la crisis, el dolor, la brutalidad, la violencia como parte también de nuestra historia, memorias e identidad colectiva. Recordemos cuales eran los temas de conversación cotidianos hasta hace muy pero muy poco tiempo: guerrilla, retenes y tomas guerrilleras, secuestros, extorción, vacunas, narcoguerrilla, paramilitares, magnicidios, carros, paquetes o cuellos bomba, minas quiebrapatas, desaparecidos y una lista interminable de todo aquello que nos guste o no, ha dejado profundas marca, huellas y un triste legado de país vetado y uno de los más peligrosos del planeta.
Abrir el capullo y salir cuesta, ver la luz nos encandelilla, sentir un paso y otro y otro hacia la libertad nos asusta, por lo tanto es necesario, urgente e importante empezar a pensar desde la óptica de la pacificación y eso es un proceso más largo que el de los diálogos, lleva tiempo y mucha paciencia. Implica dar un salto cuántico desde las circunstancias que nos mantuvieron en condición de gusanos y transformarnos en mariposas. Felizmente donde quizá estamos ahora mismo muchos, pero de ahí a sacudir las alas, mirar al frente, alzar huelo, empezar a volar y sostenernos en alto, hay otro trecho.
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