MARCO ANTONIOVALENCIA CALLE
Los ojos de aguasal eran sitios sagrados para los indígenas del sur del Cauca, pero luego se convirtieron en lugares de interés económico y lo sacro se perdió. Entre los municipios de Bolívar y el Patía está el corregimiento de Capellanía, donde subsisten ojos de aguasal que en otras épocas abastecieron a toda la región.
En el periodo de 1930 a 1960, por esas cosas de la vida, el famoso médico Bolsiverde Felipe Castro terminó siendo el dueño de estas salinas y logró sacarles provecho mientras se pudo. Primero para alimentar su ganado y después para darle trabajo a los negros, quienes fueron haciendo sus ranchos alrededor de los pozos.
El doctor Castro era conocido en Bolívar como el médico de los pobres, por su altruismo y atención a gente sin recursos. Sin embargo, al mismo tiempo, en el Patía se le tenía por negrero, puesto que las salinas mantenían los hornos de leña prendidos, las veinticuatro horas, todos los días del año. Quienes trabajaban allí eran cimarrones de Capellanía y de pago recibían mercados para su alimentación.
Había un capataz que organizaba el trabajo de los obreros, con el fin de meterle leña a los hornos por donde se evaporaba el agua para sacar sal, generando un daño terrible a la ecología. Y como los caminos eran trochas, luego tenían que cargar los bultos del producto, al hombro, hasta otros municipios donde se intercambiaba por alimentos.
Cuando se dio la guerra de Colombia con el Perú, entre 1932 y 1934, el gobierno invirtió en la carretera Panamericana que pasa por el Patía, lo que mejoró el comercio y llegó la sal yodada de las minas de Zipaquirá. Entonces el negocio de la sal artesanal se dañó, la gente de Capellanías dejó de vivir solo de ella y comenzó a cultivar maíz, plátano y yuca.
Antes de la Panamericana, el corregimiento era un palenque importante a donde llegaron huyendo esclavos de las minas de Almaguer, pueblo con tanta opulencia que se contaba que hasta las gallinas cagaban oro. Un lugar que por su economía iba a ser la capital del Cauca, se le llamó “la ciudad del César” y fue nombrada distrito minero de la América española. Pero todo ese sueño se derrumbó cuando las minas se obstruyeron por los terremotos de 1760 y 1765, permitiendo que casi mil esclavos se fugaran y encontraran refugio en palenques como el de Capellanía.
El camino más corto entre Popayán y Quito es cruzando el valle del Patía, aunque previo a la Panamericana esto era intransitable porque los cimarrones se organizaron en guerrillas de macheteros para defender su nueva tierra y su libertad. Y claro, la gente precavida prefería irse por la montaña, lo que implicaba un largo camino por las faldas de la cordillera Central, antes que enfrentarse a los negros.
Era tanta la fama de los macheteros que hasta las tropas de Simón Bolívar evitaron exponerse y no pasaron por aquí.