Arando en el desierto

LUIS ARÉVALO CERÓN

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Los problemas de movilidad y espacio público en Popayán constituyen algo de nunca acabar; a pesar del esfuerzo de las autoridades municipales por controlar la situación en estos temas, las cosas continúan de mal en peor; de nada sirven las disposiciones existentes en materia de tránsito porque la realidad que se observa en las vías de la ciudad así lo demuestra; conductores de carros, motociclistas, ciclistas y peatones carecen de la cultura que se requiere para alcanzar la armonía diaria en las calles de la ciudad; estamos frente a un caos que hace estremecer a la ilustre Villa de la Asunción; exorbitante cantidad de motos que se cruzan en zigzag o adelantan por la derecha o por la izquierda, buses que guerrean contaminando el aire, vehículos públicos o particulares que se desesperan por pasar especialmente en las “horas pico” y peatones imprudentes conforman ese incorregible desorden; a nadie parece interesarle el Código de Tránsito elaborado supuestamente para materializar ese objetivo de convivencia ciudadana en el momento de circular de un lugar a otro; camiones o furgones con carrocerías bastante altas transitan por las angostas calles del centro arrasando los aleros de las viviendas, sin que nadie responda.

El parqueo de vehículos en el sector histórico de lunes a sábado es algo impresionante; largas filas de automóviles de todas las marcas y colores se exhiben en los costados de las calles; de pronto la grúa levanta uno de esos carros a manera de escarmiento, pero el problema continúa; de malas el dueño del carro que se llevan; los demás siguen infringiendo las señales que prohíben estacionar; ante este cuadro costumbrista, la Secretaría de Tránsito y Transporte Municipal acudió a un programa de carácter pedagógico a comienzos de año, con el objeto de llegar al intelecto de los infractores para que entren en razón y cumplan las normas; esa vez, con la colaboración de la policía, se hizo un recorrido por las plazoletas de los templos de San Agustín, Santo Domingo y La Ermita, convertidas en parqueaderos públicos; a los propietarios de los carros se les solicitó amablemente escribir una plana con frases como “debemos respetar el espacio público del centro” y otra “ las plazoletas de las iglesias no son parqueaderos”; recordamos la época escolar cuando para aprender ortografía nos colocaban planas enteras con las palabras mal escritas; este ejercicio efectivo para aprender a escribir correctamente, no ha servido para el tránsito, a lo mejor porque una sola vez no impacta al infractor.

Sinceramente hace falta cultura ciudadana; el tráfico automotor y peatonal solo mejorará cuando cada persona antes de salir a la calle en carro o a píe reflexione sobre la necesidad de comportarse correctamente en las vías y sitios públicos en general; es cuestión de conciencia que debe mover a los individuos a estar dispuestos para observar todas las reglas de convivencia al momento de manejar un automotor o caminar por los andenes construidos supuestamente para la protección de los peatones; de lo contrario, el caos será peor cada día como está ocurriendo actualmente debido al crecimiento desmesurado del parque automotor en una ciudad que carece de nuevas vías que permitan agilizar la movilidad; el hecho de conducir un carro o una motocicleta no implica superioridad alguna para quien lo hace y piensa que es el dueño de las calles; es un ciudadano más como el que se traslada a píe; está en el deber de comportarse racionalmente respetando las normas elementales que permiten la buena relación entre quienes nos consideramos seres inteligentes; de lo contrario las autoridades están arando en el desierto.