Deterioro del morro de Tulcán

ÁLVARO JESÚS URBANO ROJAS

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El Morro de Tulcán es una pirámide truncada usada desde hace algunos años como pista de bicicross y por su relieve agreste desfoga la adrenalina de deportistas extremos que trazan caminos de mezquindad para erosionar y deforestar sus precarios empradizados. También visitantes inescrupulosos, atenta contra la escultura ecuestre de don SEBASTIÁN DE BELALCÁZAR, con grafitis que deslucen su pedestal enlozado con piedras calcáreas de Pisojé, a cuya efigie individuos desadaptados, la quieren decapitar y dejarla manca, con cortes de segueta sobre el bronce bruñido para acometer las amputaciones. En dos ocasiones la administración municipal contrató restauradores para reforzar la cabeza y acoplar las manos de esta majestuosa obra del escultor español Victorio Macho.

Es un lugar mágico y magnético donde existió un cementerio precolombino 500 años antes de la llegada de los españoles, lugar propicio para recargar energías y divisar la ciudad de cúpulas sempiternas, atardeceres de arrebol y crepúsculos matutinos, desde cuyo pináculo se divisa el limbo gélido de los volcanes Sotará y Puracé, que en noches de plenilunio, desde sus cumbres ígneas, despliegan un manto de estrellas que se adueñan de la inmensidad del universo. Es imperdonable que ante tanto esplendor, no haya bancas para sentarse, su entorno está plagado de residuos plásticos, materia fecal y desechos de todo tipo.




En el Morro de Tulcán, el antropólogo Julio Cesar Cubillos, en los años cincuenta, descubrió catorce tumbas de adultos y niños indígenas, ollas de barro y ornamentos ceremoniales. Hoy, ante la degradación espiritual de la sociedad, atletas y caminantes que a temprana hora recorren su heredad, son testigos taciturnos de ceremonias satánicas, que se hacen desde la media noche hasta la madrugada del 31 de octubre, dando inicio al mes de los difuntos. Vecinos del lugar dan cuenta que hombres y mujeres cubiertos con capas y capuchas negras, practican rituales al unísono de mantras y sonidos guturales en el ceremonial nocturnal de Halloween, para rendir culto al ángel de la muerte. No se tiene evidencia si sacrifican animales o humanos, pero testigos presenciales afirman que escuchan música metálica, practican magia negra y la necrofilia, son liderados por anticristos que los incitan a la lujuria y a la concupiscencia del dinero fácil, a la práctica de orgías, a sacrificar animales, saquear tumbas, bañarse en sangre y profanar iglesias.




Son causas del abandono, la inseguridad, la falta de preservación y la carencia de un plan integral de servicios turísticos con infraestructura básica como: zona de comidas, cajeros automáticos, cámaras de seguridad y centro de monitoreo, basureros para disposición de residuos contaminantes, alumbrado público, adecuación de bancas, construcción de senderos ecológicos, registro y control de vendedores ambulantes, dotación de baterías sanitarias, adecuación de mercados artesanales, medidas de protección con avisos que estimulen el cuidado y la conservación del lugar, cuadrante permanente de la Policía Nacional que garantice la seguridad de los visitantes en jornada diurna y nocturna, ya que en las noches es cuando hay más riesgo.

La administración municipal y la “CRC” deben orientar esfuerzos para impedir el deterioro y cambio de vocación de los cerros tutelares, controlando la contaminación visual y radiactiva de antenas de radio difusión, la deforestación del bosque nativo por la siembra de café, yuca y caña panelera, la expansión de viviendas sin títulos de propiedad, carentes de licencias de construcción ni viabilidad de servicios públicos, agravado por la falta de sentido de pertenencia por parte de la ciudadanía frente a la conservación del patrimonio cultural y medio ambiental. El morro de Tulcán es un monumento precolombino, patrimonio cultural de Colombia, que merece ser recuperado.