VÍCTOR PAZ OTERO
Hace ya más de dos siglos hubo de nacer Simón Bolívar en la ciudad de Caracas, exactamente un 24 de julio de 1783. Nacía bajo los efluvios poderosos y tormentosos del signo de LEO.
Ya parece una desmesura y casi una incitación a la fatiga, invitar a alguien a leer novedades o hechos inexplorados en la vida de este hombre, sobre el cual ya existe una bibliografía que resulta inabarcable. De Bolívar no se puede decir lo que decía Borges de Quevedo: que era una literatura. Bolívar es una biblioteca. Yo mismo he contribuido con una novela histórica de más de 600 páginas “Bolívar delirio y epopeya “publicada por Villegas Editores al ensanchamiento de esa voluminosa bibliografía. Sin embargo creo que en ella no pude consignar todas las reflexiones, que tanto en la dimensión existencial, como en la dimensión histórica y política me he formulado sobre el significado de su vida y de su obra.
Pero Bolívar continua proyectando ya no como presencia física sino como presencia mítica elementos de significación y de interpretación que van mucho más allá de su vida, de su muerte y de su obra. Hoy Bolívar, más que una PERSONALIDAD es una CATEGORIA HISTÓRICA. Una especie de mito supranacional para el mundo Latinoamericano, mito que aún prodiga y dinamiza significados e interpretaciones muy diversas, que suelen ser contradictorias y antagónicas.
Hace tiempos que no tenemos un solo Bolívar. Hay Bolívares para todos los gustos y también para muchos disgustos. Con rumor de metáfora Platónica, uno podría decir que Bolívar es la imagen móvil de lo histórico.
En el terreno explosivo y tantas veces emotivo y hasta inoculado de irracionalidades que defienden las ideologías políticas, por ejemplo, la figura de Bolívar ha sido apropiada y utilizada tanto por la derecha como por la izquierda. También la fantasmal ideología de centro ha participado de ese confuso festín ideológico que prodigan las cambiantes opiniones de Bolívar y sin duda también muchos de los complejos matices políticos que van definiendo progresivamente su pensamiento, en el turbulento e impredecible acontecer de su epopeya.
Entre esa avalancha de interpretaciones, algunas nos han regalado la imagen de un Bolívar monárquico, que por supuesto niega y contradice al Bolívar liberal y republicano que de manera semejante han construido otras visiones. Al Bolívar romántico y enamorado de grandes ideales épicos le han enfrentado la imagen de un Bolívar pragmático y hasta oportunista que a veces suele engendrar la miseria de las acciones y de las decisiones políticas.
Muchas veces también la figura de del libertador Bolívar se nos ha mostrado, tal vez la mas de las veces, como la de un héroe extraordinario que viene a convertirse en la encarnación perfecta de aquel héroe que inventaron las especulaciones de Thomas Carlyle; es decir el héroe que condiciona y hasta determina las dinámicas de los procesos históricos. Tampoco han faltado las interpretaciones y las visiones oscuras y siniestras donde Bolívar, encarna al villano, al arrasador y exterminador de pueblos. Como sucede con la imagen que han terminado acogiendo en términos generales los habitantes de la ciudad de Pasto y algunos sectores sociales en la nación Peruana.
Por su parte Carlos Marx, escribió un corto ensayo periodístico, que pretendía ser biografía y análisis sobre la vida y la obra de este hombre que estaba transformando y redefiniendo muchas de las relaciones geopolíticas que imperaban en ese tiempo. El pequeño e inconsistente ensayo de Marx, es un catálogo de mentiras y de desinformaciones acerca de lo que acontecía en nuestra América. No supera su condición de calumnioso pasquín, que dicho sea de paso, contradice todos los talentos del brillante Marx analista y estudioso del acontecer histórico.
Las notas anteriores, sin embargo, sirven para rescatar una reflexión y una preocupación de capital importancia referente a lo que podría ser la asimilación y la comprensión de los hechos históricos. Hechos que solo la ingenuidad y el simplismo del pensamiento académico imaginan que pueden comprenderse y explicarse desde las supuestas categorías que se le asignan al conocimiento científico. Pero hablar de ciencia en referencia a la historia no es más que una pretensión y una ficción fallida.
Los hechos en sí, muchas veces no significan mayor cosa, lo que cuenta verdaderamente es la interpretación de los mismos. La historia en muchos sentidos cristaliza en una narración y en una interpretación, en una asignación de sentidos y de contenidos, que por supuesto no pueden ser arbitrarios.
Retornando a Bolívar, al Bolívar “devenido” en mito, en fetiche casi religioso, al que se le ofrecen plegarias en ese invento retórico que se nombra como el altar de la patria, lo importante es recordar que su presencia sigue viva y hasta iluminante, en el fluir turbulento y desgarrado de esta historia nuestra que pareciera extraviada en el logro de su destino.