MARCO ANTONIO VALENCIA
(Visita mi web www.valenciacalle.com)
Ayer vino Clemencia con una pistola. Con los ojos inyectados en sangre me dijo que venía a confesarse por adelantado porque iba a pegarse un tiro.
—Que Dios sepa —exclamó casi llorando— que tuve paciencia como la Biblia enseña; que puse la otra mejilla como lo haría Jesucristo; que fui tolerante como proclama el Manual de Urbanidad; que me puse en los zapatos del otro para tratar de entender; que puse mi comprensión por delante, pero ya es imposible, ¡no aguanto más, me voy a matar!
Le pedí respirar hondo y que rezáramos juntos para llamar a la calma y poder hablar. Que me explicara un poco más su decisión. Y cuando me contó todo, estuve de acuerdo con ella. Le di mi bendición y le pedí que cuando terminara, cuando se hubiera matado, me prestara el arma porque yo tenía vecinos igual de groseros.
Allí sentí que que ella respiró de otro modo y se relajó un poco. Luego, sonriendo, me preguntó que cómo era eso de que un sacerdote iba matar a sus vecinos. Le contesté que igual pregunta podría hacerle yo: que cómo una escritora con maestría, profesora universitaria y con una familia tan bella, iba a matarse porque sus vecinos no lo dejan dormir.
—Lo mío es distinto —explicó.
—Pero la bulla insoportable es igual —le respondí.
—Soy artista y requiero silencio.
—Soy sacerdote y necesito paz.
—Yo vivo hace diez años en esa casa; ellos apenas aparecieron.
—Yo acabo de llegar a la parroquia, pero no me respetan.
—Mis vecinos corren y saltan a media noche como cabros y no dejan dormir.
—Los míos madrugan con música espantosa a todo volumen.
—Los míos hacen ruidos extraños e inexplicables que uno imagina son para joder.
—Los míos hablan duro, se ríen duro, fornican a todo volumen.
—Yo hablé con ellos, pero les vale madre, no les importa.
—Yo no he hablado con ellos, pero a veces golpeo en la pared a ver si entienden, aunque no ocurre.
Y entonces me dijo lo siguiente:
—De verdad, padre, ¡no puedo más! Mis nervios están mal. No duermo, me peleo todo el tiempo con mi esposo por ese motivo. Yo era feliz hasta que llegó esa gente. Ya no volví a escribir, ya no puedo leer, vivo irritada, las noches son una pesadilla. ¿Tengo que ser tolerante con su irrespeto? Pues entonces que la justicia sea tolerante con mi crimen. Ya no aguanto, ¡me voy a matar!
Allí fue cuando le quité la pistola a Clemencia y salí de la iglesia disparándole al puto bafle que mis vecinos han instalado en la puerta de su puta casa. Eso es todo, no tengo nada más que declarar.