Una lección de cultura ciudadana

HÉCTOR RIVEROS

Antanas Mockus aprovechó la desafortunada circunstancia de que la sección quinta del Consejo de Estado le anulara su credencial como Senador de la República para darle al país una contundente lección de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace y de cultura democrática que, sin embargo, no parecen haber entendido muchos de sus seguidores, que reaccionaron exactamente al revés de lo que “el profe” lleva enseñándonos hace más de dos décadas.

Mockus fue contundente: primero, respeto por las decisiones judiciales; segundo, confianza en los mecanismos que de la justicia; tercero, la buena fe es la piedra nodal y cuarto, ninguna descalificación personal a los contradictores.

Muchos de los que lo acompañan en política, en cambio, sembraron mantos de duda sobre la decisión judicial, denunciaron supuestas persecuciones judiciales y la emprendieron contra los demandantes. Esos mismos han criticado al uribismo cuando, frente a una providencia judicial contraria a sus intereses, la respuesta es deslegitimar a la justicia y a quienes sostienen la posición contraria.

Debo suponer que el juez actuó por la legítima convicción de que Mockus incurrió en una causal de inhabilidad. Debo hacerlo per se, pero además en este caso esa suposición está reforzada por la trayectoria profesional de quien actuó como ponente, el consejero Alberto Yépez.

Debo aceptar que los demandantes actuaron en ejercicio de un derecho ciudadano y que hicieron lo que corresponde en un sistema democrática: acudir a la justicia cuando consideren que hay un litigio o una diferencia por resolver. La motivación para demandar es irrelevante, pero además pareciera obvia, el propósito era claro quitarle la curul a Mockus, afectar al Partido Verde y etc, etc.

“El profe”, incluso, nos ha enseñado que no debe ser necesario ser “enemigo” o contradictor político de alguien para rechazar una conducta que sea ilegal. Al contrario, la primera regla de la cultura ciudadana dice que el rechazo social al incumplimiento de la ley debe venir del entorno más cercano del presunto infractor.

Toda la gritería contra la decisión, contra el juez y contra los demandantes debe tener triste a Mockus porque las lecciones no parecen haber servido.

Ahora, ¿Antanas violó la ley?, pues en la democracia hay determinada una autoridad para que lo decida, no importan las opiniones particulares. Este éste caso la dificultad es que, a mi juicio por un error de la Corte Constitucional de hace veinte años, no hay una sino dos autoridades competentes para decidirlo y una resolvió que sí y la otra que no.

La Constitución estableció desde 1991 que la consecuencia jurídica de la inhabilidad para hacerse elegir al cargo de congresista es la pérdida de investidura, con las consecuencias ulteriores que ella trae en materia de otras inhabilidades. La ley pre constitucional establecía que la consecuencia era la nulidad de la elección pero la Corte consideró que no había una derogatoria de esa norma sino que podían coexistir dos autoridades y dos sanciones distintas, con el argumento de que “tutelan bienes jurídicos distintos”

Esa duplicidad inconveniente existe también, por ejemplo, en conductas respecto de las que la ley prevé consecuencias disciplinarias y penales, cuando lo correcto sería que si una conducta es considerada como delito el juez imponga la pena que corresponda y las sanciones disciplinarias sean penas accesorias. Pero, en fin, esa es otra discusión.

Lo cierto es que Mockus tiene en su mano dos decisiones, ninguna de las cuales está en firme, emitidas por jueces de la misma categoría, respecto de los mismos hechos que llegan a conclusiones totalmente distintas respecto de si los hechos encuadran o no en una causal de inhabilidad. Esa circunstancia, así planteada, debe permitir, por puro sentido común, que el afectado cuente con un mecanismo judicial que le permita tener una sola decisión o definir si hay una que prime sobre la otra.

Cumplir, sin más la sentencia de la sección quinta, es en la práctica dejar sin efecto y sin tener competencia para ello, la sentencia de la sala del mismo tribunal que resolvió la perdida de investidura.

Ya los abogados de Mockus resolverán a qué procedimiento jurídico acudir y sus seguidores deberían permitir que se resuelva sin generar desconfianza en el juez, ni deslegitimar a los contradictores, ni cuestionar sus motivaciones porque eso no es lo que se discute y como varios de ellos dicen: la justicia se respeta.

Además del respeto y la confianza en las instituciones, Mockus subrayó que no sentía culpa porque había actuado de buena fe. Este punto es crucial para lo que viene.

En los dos procesos se ha probado, y los dos jueces así lo reconocen, que Antanas no intervino en la celebración de contratos dentro del término previsto para la inhabilidad y por ese hecho los operadores judiciales se han dividido. A uno le pareció razonable la interpretación, basada además en antecedentes jurisprudenciales, que por no haberlo hecho estaba habilitado para hacerse elegir a pesar de que apareciera como representante legal de una persona jurídica que celebró el contrato.

Las circunstancias de que haya una decisión del Consejo de Estado y conceptos del Ministerio Público que le dan la razón a Mockus lo exonera de la mala fe porque demuestra que la interpretación por la que optaron era razonable. Eso lo exonera de “culpa” como él la llama, pero además descarta el dolo que es necesario para derivar otras sanciones por la conducta en la que se incurrió.

No hay razón para pretender excluir los votos de Antanas del conteo y afectar al Partido Verde, no hay razón para derivar consecuencias penales del hecho, ni aún si al final se determina que es ésta última la sentencia que se debe acatar y no la primera, pero para resolver eso el sistema democrático también establece un procedimiento y otorga unas competencias y es a ellas a las que hay que atenerse. No es en la algarabía sino en los estrados donde eso se decide.

Es la hora de aplicar las lecciones de Antanas.

  1. Con Antanas Mockus viví de cerca y a su lado una de las experiencia vitales más emotivas para él y para mí que fue la concepción y el desenvolvimiento de la “ola verde” que estuvo a punto de llevarlo a la Presidencia de la República, ello me genera un vínculo afectivo y de gratitud, que me lleva a aplicar las lecciones que tuve la fortuna de aprender de primera mano y a desear de todo corazón que después de acudir a los mecanismos jurídicos de que disponga, para bien del país y del Congreso, pueda conservar su curul en el Senado