Una explosión de alegría, fiesta y color

ELKIN QUINTERO

[email protected]

El sanjuanero Huilense, melodía sagrada que cada fin de junio e inicio de julio arrebata el ánimo y acelera el pulso de chicos y grandes en la sonriente Belalcázar. Música compuesta en 1936 por el maestro Anselmo Duran Plaza, el cual es una delicada variedad del bambuco. La coreografía es obra de la folclorista Inés García de Duran. El espectáculo que generan la invitación, los ochos, la arrodillada, la levantada del píe, la arrastrada del ala, el secreto, los coqueteos y la salida final; 8 figuras que hacen vibrar el corazón más austero y místico. Pero, todo no queda allí, la punta talón, el bambuqueo y la contradanza, tres pasos que magistralmente desde niñas muchas sueñan con ejecutar con maestría.

Volvamos los ojos al baile, el San Juanero, el cual representa estrategias de conquista e idilio que vivían los campesinos en épocas de antaño. Empieza con el coqueteo, pasa por el enamoramiento y termina con el símbolo del matrimonio. Además, se debe resaltar es una fusión entre lo indígena, cuando podemos observar los movimientos suaves sobre la tierra y lo europeo, pasos fuertes, donde se levantan los cuerpos. En otrora época, este baile se utilizaba como excusa para estar cerca de la mujer amada y para formalizar el noviazgo. La primera grabación discográfica, fue realizada por el famoso dueto Garzón y Collazos, en los años 50.

En pocos días el municipio de Páez permitirá ver reunidos a propios y extraños para celebrar cuarenta y un años de encuentros, y para recordar que el San Pedro, no solo es una danza, ni una fiesta, ni un llamado a congregarse alrededor del tambor y de los movimientos exactos que hipnotizan durante 2 minutos y 10 segundos, menos, al estruendo que causa en las primeras horas de la mañana, la alborada, con su fruto estremecedor de pólvora y papayera. Ni el colorido y exactitud de las comparsas que altivas y serenas recorren las principales vías; ni el grito de niños, jóvenes, adolescentes, adultos y adultos mayores que sin distingo de etnia, credo o ideología que apoya sin descanso a una hermosa mujer que entre flores y figuras ancestrales nos recuerdan que somos parte de un territorio mágico y cultural; ni son las orquestas y artistas de talla internacional que engalanan las noches al arrullo del gran río Páez; ni la chicha, ni el aguardiente, menos los besos que furtivos amates tejen alrededor del majestuoso samán.



No, el San Pedro es más que eso, es el lenguaje más representativo de la idiosincrasia de un pueblo que a pesar de las calamidades creadas por hombres, bestias y dioses, ha sabido superar, y hoy pese al dolor del pasado, la alegría del presente y la esperanza del futuro celebra su fiesta número 41. Es una celebración que se convirtió en insignia desde el año de 1971.

En está ocasión, quiero honrar a los que están y a los que no, por su entrega, su alegría, su compromiso, su sentido de pertenencia y por dejar en alto en nombre de sus comunidades. Pero urge recordar que una fiesta es el retrato vivo de una celebración que permite congregar en la mesa familiar a los que han partido lejos del territorio en busca de amor, fortuna y placer. Es un canto a la paz y al progreso, es un grito de guerra milenario que se funde en medio del silente río; es un silencio que recorre las agrestes y fieras montañas del cauca, es una bienvenida entre risas, saludos y abrazos para todos. Es una comunión entre generaciones equidistantes y que, al acorde del San Pedro en Belalcázar, cantan ríen, lloran, aman, odian y sueñan sin par.