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    Un sueño

    DONALDO MENDOZA

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    Un sueño es justamente el estímulo de este comentario. Intención insólita, dado que nuestra cultura es básicamente racional; ni siquiera lo religioso alcanza para decir que lo espiritual es lo dominante. Acudo, entonces, a la generosidad de los lectores, a fin de poder compartir esta onírica vivencia. Apoyados en la evidencia de que los sueños son cara o sello en nuestras circunstancias existenciales, pues no hay que olvidar que al menos un tercio de nuestro paso por este mundo se va en dormir.

    En la noche del 1º de abril, en ese estado de duermevela en el cual no estamos ni despiertos ni dormidos, soñé con el señor alcalde, Juan Carlos López Castrillón. Confieso que, en la realidad, no conozco su residencia, pero en el sueño sí entré a la sala de su casa; allí estaba él, la señora y tres niñas (digamos de tres, cinco y siete años) que representaron la única alegría de la casa durante mi visita; la señora se mostraba atenta, pero el alcalde se mantenía en un silencio reflexivo; intenté decir algo pero desistí, al advertir que la mirada del burgomaestre estaba fija en un punto del horizonte. Me despedí, más con gestos de la mano que con palabras. Al salir, caminé algunos pasos y entré en un bulevar, con la ribera del río Cauca a mi izquierda, entre sombras y guayacanes florecidos llegué a mi casa.

    Mientras los intrépidos intérpretes de ese sueño intentan descifrar su simbología, yo me ubico en la otra realidad, la insomne. En efecto, en escasos tres meses de gobierno, el alcalde de Popayán, Juan Carlos López Castrillón, había dado muestras de liderazgo y amor por una ciudad que parecía perdida. Con habilidad de líder, el Alcalde logró comprometer al Presidente de la República en megaproyectos que en cuatro o más años darían el impulso que ha esperado Popayán para salir de sus altos índices de pobreza y desempleo. La ciudadanía percibía que las cosas empezaban a marchar y retornaba un optimismo expectante.

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    Y acontece el presente interregno, cuyo origen fue el infausto viaje a Bogotá. Todos alguna vez nos hemos visto en rutinas protocolarias a las que respondemos con actos a veces automáticos, por afán u otra circunstancia. El alcalde cayó en la trampa de ese automatismo y se equivocó en materia que se le volvió grave. Insisto, nadie escapa en vida a errores dolorosos cuya resiliencia, para volver al punto de equilibrio, lleva su tiempo. A pesar de todo, nadie ha muerto por culpa del alcalde. Y con su error o sin él, estaríamos viviendo la misma situación calamitosa del abominable Covid-19.

    Esas tres niñas del sueño son para mí el símbolo de la inocencia; y mal haríamos los residentes de la ciudad en pasarle alguna cuenta de cobro al señor alcalde. En vísperas de Semana Santa, no vayamos a caer en fariseísmos, como si fuéramos el dechado de todas las virtudes. Bien dicen las sigilosas cartas del Tarot que nadie escapa al desdichado día en que los benditos astros se alinean para que, ese día, todo nos salga mal. No vamos a permitir que por un error –¡tan humano!– la ciudad y la esperanza vayan de nuevo a perder el norte.

    Y si se le reclamare al alcalde alguna paga por el error cometido, me parece más que suficiente el encendido dolor de la culpa y el sufrimiento de su familia. Con altruismo y magnanimidad, extendamos firmado un cheque de confianza y credibilidad a nuestro Alcalde, a fin de que su regreso sea grato y promisorio. “Tengo un sueño”, rezó Martin Luther King un día, y todo cambió.