Un señor habitante de la calle me dijo

ANA MARÍA RUIZ PEREA

@anaruizpe

Hace 50 años París y medio planeta hervían en las protestas de los jóvenes en contra del poder, las doctrinas, las normas impuestas y las formas de producción y de pensamiento que encasillan al ser humano hasta empeñarlo al servicio del crecimiento del gran capital. ‘Seamos realistas, pidamos lo imposible’.

Con los estudiantes del 68, la utopía encontró un lugar en la mente de las masas, y se tomó las consignas de las marchas y los aforismos grafiteros. ‘Prohibido prohibir’, después del 68 la libertad es mucho más que no estar encarcelado, la política es mucho más que unos partidos y la democracia mucho más que unas elecciones periódicas.

En la Colombia de ese entonces, frentenacionalista y goda aunque el presidente fuera Lleras, los liberales se repartían la burocracia miti miti con los conservadores y movían el aparato estatal unicamente en función de mantenerse el status quo. Los ecos de las consignas libertarias de Paris eran censurados en las casas, las calles y las aulas escolares o universitarias, las mamás se santiguaban, la sociedad temía a la rebeldía de esos “mechudos” y las autoridades reprimían a los “anarquistas revoltosos”.

Una parte de los nuevos aires que recorrían el mundo en el 68, en este país violento y represor tomaron forma nadaista, y fue entonces cuando, desde el existencialismo y la poesía, le restregaron a la sociedad colombiana en la cara sus atrofias, pacaterías y miserias. Aquí en Colombia los estudiantes de las universidades públicas no tenían la fuerza política para levantar a las masas proletarias y sacarlas a la calle en huelga general, pero se manifestaban en revistas, recitales y mitines donde la palabra era el arma de otros rebeldes, los que no se fueron con un fusil a las montañas.

Humberto De la Calle era uno de esos rebeldes de pensamiento y de palabra. Casado desde los 20 años con la compañera de toda su vida, en 1968 era un aventajado estudiante de Derecho en la Universidad de Caldas, que repartía su vida entre las clases, las tertulias políticas y poéticas, y las noches con Rosalba. De esa época dijo en una entrevista a la Revista Arcadia que “me queda el sustrato central: la mente abierta, el deseo de experimentar, el terror al dogma, la búsqueda incesante de la libertad, el derrumbe del mito. Ahí sigo”. Un liberal completo, de talante, corazón y pensamiento.

Supongo que después de firmar el acuerdo de paz con la guerrilla más antigua del mundo, pensó acertadamente que ya tenía completos los créditos para convertirse en Presidente de Colombia. ¿Qué podía ser mejor para el país que garantizar el avance hacia la reconciliación, pasar en este momento historico la página de una guerra de cinco décadas? Al momento de la firma del Acuerdo de Paz, todo cálculo político acerca de las opciones de De la Calle para la presidencia, pasaba por entender que la mitad de los colombianos, el Si, eramos sus votantes potenciales. Entonces se arropó en la bandera roja (¿dónde más iban a estar, él y su coherencia, sino en el Partido Liberal?) y se desgastó cumpliendo con los procedimientos de un partido tradicional y decadente, que le dio el trato de cualquier otro político que hace fila para sonar en las previas. Vino entonces esa consulta interna extemporánea, impuesta por la máquina partidista, que al final resultó aun más costosa para la percepción y favorabilidad del candidato, que para el erario público. Y eso es mucho decir.

Y así, el nadaista libertario que desde Manizales ponía el alma en las marchas de Paris, el Registrador Nacional que modernizó la cedulación, el Ministro de Gobierno que respetó la autonomía de la Constituyente, el Vicepresidente que renunció a la escena turbia del 8mil, el negociador que desarmó a las Farc, comenzó a vivir la escena delirante de una candidatura inviable según las encuestas, a pesar de ser el candidato más respetado según dicen, en público y en privado, miles de personas al reconocer que no votarán por él. “Es un sofisma” dice él. “¿Cómo voy a ganar si no votan por mi?”.

No he visto antes un dilema electoral como este. En estos días un señor habitante de la calle me dijo “no hay uno mejor que De la Calle, ¿pero sabe qué mona? es que este país no se merece gente así”. Tal vez es cierto y Humberto De la Calle no va a ser Presidente de Colombia por que no lo van a permitir muchas variables que se conjugan hoy, pero también y sobre todo, porque los colombianos no sabemos lo que es dar un agradecimiento colectivo y mucho menos entregar un voto de confianza.