Un absurdo sobre otro

ANDRÉS MAURICIO MUÑOZ

Creo que fue un miércoles, o tal vez el martes o incluso el lunes, no lo recuerdo, porque pasa que a estas alturas los días se suceden uno tras otro sin pomposidades de ningún tipo, como si de pasar de agache los días, los meses y la vida se tratara. El hecho es que era de noche, conducía hacia mi casa mientras trataba de entretenerme con lo que decían en la radio como una forma de evadir la exasperación que producen los trancones. Entonces recordé uno de los tantos debates que solemos tener en la oficina a la hora del almuerzo, cuando de arreglar este país y por ahí derecho el mundo se trata, mientras cuchareamos la sopa o se le indica al mesero que nos falta el jugo. Las opiniones estaban divididas, como siempre, de tal forma que no fue eso lo que me llamó la atención. Pero sí que estuvieran divididas por género; es decir, las mujeres, parecían no dar crédito a la versión de aquella secretaria privada de la defensoría del pueblo que puso a la defensiva al defensor. A los hombres, por el contrario, no nos cabía más indignación.

Mis amigas advirtieron entonces de casos similares donde tras denuncias de ese tipo había intereses económicos o un apremiante y desmedido deseo de figuración; otra más sostenía, sin terminar de masticar un pedazo de yuca, tal vez temerosa de que alguien se le adelantara en su aporte, que si este señor le enviaba esa clase de fotos es porque el tipo de relación, cualquiera que fuere, así lo permitía. Algunas, un poco más cautas, preferían no opinar hasta que alguna investigación dijera algo concluyente. Me acordé de todo esto y también, mientras en un semáforo un joven me preguntaba con señas apuradas si podía limpiar el parabrisas, de una llamada que hizo una señora a la W; una mamá de tres hombres, dijo, a los que siempre acostumbran poner contra la pared, quienes tienen que luchar cuesta arriba para que les crean, una mamá que aseguró que a ninguna niña decente le mandan ese tipo de fotos sin que lo denuncie de inmediato. Mientras el jabón escurría sobre el parabrisas y el joven se esmeraba en su tarea, pensé que este tipo de casos parecen despertar dentro de nosotros filosofías, maneras de pensar y comprender la vida que uno creía caducas. También pensé en que algunas mujeres suelen ser más duras con su propio que género que el mismo machismo que con tanta vehemencia varias veces señalan con el dedo. No lo son todas, claro, porque las redes sociales trastabillan ya de tanto peso a sus espaldas de argumentos que llegan al punto desde diferentes lados. Unos bastante lúcidos. Pero aun así hay quienes ven en este incidente una cortina de humo; otros, más afectos a las teorías conspiratorias, intuyen cálculos políticos; también están los que desdeñan este tipo de discusiones bajo el acostumbrado argumento de que hay temas más importantes, que nos atañen más, como para perder el tiempo en querellas de peluquería. Gente que cree que nuestros grandes males deslegitiman todo lo que de ahí para abajo asome su nariz.

En el puente de la autopista, como un milagro de esos que uno agradece soltando el timón para juntar las manos, el tráfico fluía a velocidad constante. Entonces vino a mi mente, como si algo dentro de mí lo hubiese invocado como una exótica pieza del museo del absurdo, los trinos de Margarita Rosa, nuestra Margarita Rosa de Francisco a la que queremos tanto. Ella, sin siquiera despeinarse, corrió a preguntar ¿Por qué será que los acosadores sexuales son siempre unos tipos inmundos?; después, para redondear el tuit, subió la foto de un tipo de esos musculosos, cara bella y mirada penetrante, contándonos entre risas que aquel hombre la estaba acosando y eso la tenía iracunda. Raro que ella, que viene nutrida con la sabiduría de la India que le dejó la conducción de un reality, insinúe que es delito el acoso cuando el acosador es feo, como si al bello la belleza lo legitimara y al feo le cayera en su fea anatomía una condena.

Antes de llegar a casa no pude dejar de pensar que todavía nos hace falta comprender la vida, que el absurdo emerge dentro de nosotros cuando otro absurdo nos hace muecas desde afuera.