Arquitecto
“Era el tiempo en que yo vagaba, con el estómago vacío, por Cristianía, esa ciudad singular que nadie puede abandonar sin llevarse impresa su huella…”.
Knut Hamsun (‘El Hambre’)
Durante el tiempo designado por la alcaldía para los quehaceres externos de la cuarentena, recorro y vivo la ciudad sometida a este estado de tragedia, como en todo el mundo. Prohibido el abrazo, cancelado el beso, distancia en la demostración del afecto, miedo al miedo y a todo, alcoholes, tapabocas y desinfectantes a granel, colas hasta para pensar, comercios cerrados y gentes en estado de postración, sin medidas de seguridad, peleándose la vida; el pensamiento no les alcanza para la protección, pues, todas, todas sus fuerzas se enfocan en las condiciones de su familia. Merece el riesgo enfrentar la bestia para tratar de conseguir un mendrugo que permita paliar la hambruna a la que nos sometió esta avalancha súbita de privaciones, ausencias, vacíos y anormalidades.
Mientras escribo, escucho en la radio, la queja de muchos ciudadanos, implorando laxitud en los requisitos, casi al borde del llanto, rogando, que les dejen funcionar, que su esfuerzo y aporte a la solución, es mucho, muy por encima del papel que falta y que algún funcionario reclama, so pena de cerrar o multar, informando en el paroxismo del éxito y la labor cumplida, el gran número de multas impuestas por el incumplimiento de este u otro requisito, no vital.
Todos los entes de control, vigilancia, impuestos, servicios públicos, auxilio, deben dejar la comodidad de sus escritorios y estar en la calle, rompiendo la cuarentena, haciéndose parte de las excepciones, no para castigar o reprimir, sino recorriendo todo el municipio, urbano y rural, buscando quien está haciendo aportes a paliar la pandemia “ilegalmente”, para arroparlo y allí, en su sitio, no en una oficina, solucionarle el problema de requisito, instruirlo en el camino “correcto”, asesorarlo en cómo hacer las cosas “bien”. A quien le corresponda, hace rato, debería haber informado y colocado correctivos, del porqué de las alzas inoportunas y oportunistas de las empresas de los servicios públicos, de los cortes ilegales de estos, (entiendo que el presidente ordeno que no se podía hacer). Debemos cubrir a quienes se quedaron sin el sustento: carretilleros, prostitutas, músicos, conductores, meseros, aseadoras, estilistas, jardineros, empleadas domésticas, magos de semáforo, moto ratones, en fin, miles de personas que hoy deambulan luchándose un bocado para él y su familia, convirtiéndose en un número más de la estadística de las tantas multas colocadas por atreverse a no morir de hambre.
Es el momento de tejer una red en la que, aunando fuerzas y acciones, podamos crear condiciones en las que, todos, incluidos los mayormente afectados, los más vulnerables, podamos llegar al otro lado de este oscuro y estrecho túnel que nos deparo la irracionalidad. Red compuesta por los estamentos públicos y privados, estatales y civiles, gran empresarios y personas naturales, en fin, todos los que de una u otra manera podamos aportar a nivelar las condiciones del diario pasar. No es momento de aprovechar las debilidades para incrementar tarifas, montar restricciones, perseguir fantasmas, pedir requisitos superfluos para llegar a la normalidad, que si bien, deben ser cumplidos en algún momento, no son vitales en la búsqueda de acallar las angustias que este estado de cosas nos ha generado.
Cada vez es menos la sangre que queda en las venas y paciencia en el alma…por favor, que no se desborde la indignación popular.