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    Teorías y emergencias

    ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ

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    En el postgrado de derechos humanos de la Universidad del Valle, el afamado profesor Angelo Papacchini decía que la libertad supone contar con una política social que redistribuya equitativamente los bienes y servicios. Es decir que, además del respeto a la dignidad humana y a la integridad personal, de lo que se trata cuando se habla de los derechos humanos es de disfrutar de los medios necesarios e indispensables para vivir una vida digna.

    Pero, en esta emergencia, ¿qué diría el profesor? ¿Qué pensaría de las condiciones en que están viviendo muchos?

    Hay gente que vive de milagro, sin empleo ni ingresos de ningún tipo, vivían del rebusque pero ahora ni siquiera pueden escudriñar en los huecos sucios de las ciudades. Algunos –como en los Estados Unidos- protestan hasta armándose y aprovechando para ser electoreros.

    Tampoco tienen subsidios oficiales, y solo pueden aspirar a que algún empresario o comerciante en trance de promocionar a políticos les regale algo para prepararse un pequeño almuerzo.

    Por supuesto, ni antes ni ahora han disfrutado de atención en salud, y si alguna vez fueron atendidos en las urgencias de un hospital con seguridad que no pudieron alcanzar la cama que les debe haber ofrecído algún politiquero a cambio de cierto número de votos.

    El Estado y los medios masivos de comunicación, que tantas veces han prometido tantas cosas, por lo que pocos les creen, les reclaman ahora “quédate en casa” (¡¡), “lávate las manos con agua y jabón” (¡¡), “no te acerques a nadie a menos de dos metros” (¡¡), lo cual –por supuesto- solo genera rabias cuando se sabe que no hay casa ni agua ni nadie que se les acerque.

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    ¿De qué dignidad humana hablan los gobernantes y los académicos, a pesar de sus buenas intenciones? La Corte Constitucional (sentencia T-881 de 2002) ordena entender que la dignidad humana implica necesariamente “vivir autónomamente, como cada persona lo decida”, y “vivir con las condiciones y garantías suficientes”, y además “vivir sin humillaciones, con integridad física y moral”. Por orden judicial (precedente constitucional obligatorio) el respeto a la dignidad de todos los seres humanos es el principio fundante del Estado, y un derecho fundamental autónomo de las personas.

    ¿Qué pasa entonces con las dignidades de los integrantes de los sectores populares, que viven desesperados en estos momentos? ¿Todo lo que dicen las teorías de los derechos humanos son solo retóricas jurídicas?

    Lo que creo es que los Estados aguantan las críticas y protestas (o las acallan), y propalan ante la opinión pública y ante el extranjero sus propuestas democráticas, sabiendo que no pasará nada, y que los derechos humanos seguirán siendo “promesas traicionadas e incumplidas”, como lo afirma Amnistía Internacional. Lo hacen así –son racionalmente perversos- porque su tarea es generar las incertidumbres y los miedos que requieren las especulaciones y los negocios.

    En medio de los discursos progresistas se adelantan prácticas violentas, autoritarias, militaristas, como aquellas que se usaron para implantar el neoliberalismo en el Cono Sur, que ahora han continuado para muchos, y que luego de la emergencia tendrán que contar con una mayor intervención de los Estados que volvieron a ser indispensables en el enfrentamiento de las pandemias.

    En otras palabras, el académico y la Corte dirían que los derechos humanos no son realmente un tema de los gobernantes sino solo de las comunidades de base y de sus líderes sociales.

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