JOSÉ RAMÓN BURGOS MOSQUERA
Acabo de recibir la noticia que me trajo una brisa de presagios tristes: “en Popayán, su pueblo y el mío, se nos ha muerto como del rayo, Mateo Malahora, a quien tanto queríamos”. Es tan sorprendente e indeseada la noticia que no alcanza uno a dibujar en la penumbra de tantos recuerdos qué era más intenso en su tañer espiritual y qué nos hará más falta de ahora en adelante: si su fino humor de maqroliano, la profundidad de su juicio político, el alcance macondiano de sus diatribas o su voz sedosa y grata desgranando los recuerdos del exilio.
Mateo era todo eso, estudio, vivencia, entrega, pasión desmesurada y atrevida en busca del equilibrio y la justicia. Fue un impenitente seductor de multitudes con su oratoria profética cargada de verdades íntimas que conmovían a quienes tuvimos el privilegio de escucharlo. Siempre al lado de los débiles, en la bancada izquierda de la Asamblea, pero con el coraje suficiente para contener los excesos de los Robespierre criollos.
Con una personalidad tan amplia y plena, quiero recordarlo como el contertulio perfecto de aquella “bohemia, alegre, loca y gris de un tiempo ya pasado” del Popayán de los años setenta, cuando veíamos las horas pasar hablando de política y literatura, de música y mujeres y hasta la última oportunidad, recordando aquella vez que escuchamos a Serrat y a través de él profundizamos en el análisis del franquismo español a través de Las Nanas de la Cebolla de Miguel Hernández, el poema más sentido y doloroso de aquel genial creador que entregó la vida por sus ideas.
“La cebolla es escarcha cerrada y pobre
Escarcha de tus días y de mis noches
Hambre y cebolla hielo negro y escarcha grande y cebolla.
En la cuna del hambre mi niño estaba
Con sangre de cebolla se amamantaba
pero tu sangre, escarchada de azúcar cebolla y hambre.
Una mujer morena resuelta en luna
se derrama hilo a hilo sobre la cuna.
Ríete niño que te traigo la luna cuando es preciso.
¡Tu risa me hace libre, le pone alas!
Soledades me quita, cárcel me arranca
Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguean…”
Analogía de Elegía a Manuel Sigé de Joan Manuel Serrat –