Recordando a doña María Pascuala

HAROLD MOSQUERA RIVAS

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Este 17 de abril de 2018 mi querida y recordada madre, doña María Pascuala Rivas de Mosquera estaría cumpliendo sus 80 años. Hace siete años un primero de mayo se nos fue, dejando en el hogar un vacío tan profundo que a pesar del tiempo que ha pasado, sigue arrancándonos lágrimas de dolor. Mi madre nació en una vereda del San Juan Chocoano, llamada Primavera, en tiempos en que los campesinos se dedicaban a cultivar la tierra, sembrando caña, ñame, plátano, banano, a pescar en el río y criar gallinas y patos.

La escuela pública era un lujo y por ello, los niños debían trabajar en el campo con sus padres para ganarse el derecho de ir por un año, tan solo para aprender a leer y escribir, pues según los abuelos no se necesitaba estudio para sacarle provecho al campo.

Al hacerse adolescentes, las jóvenes eran enviadas en una travesía por el río San Juan, luego por el océano pacífico hasta llegar a Buenaventura, de allí pasaban a Cali, donde ya otro pariente les había buscado un trabajo como empleadas del servicio doméstico. Esa misma correría debían hacer los jóvenes para buscar empleo en el corte de caña en los ingenios del Cauca y el Valle del Cauca.

Los fines de semana se encontraban los paisanos en reuniones de la colonia chocoana y en medio del compartir recuerdos, costumbres y fiestas, se enamoraban y formaban sus familias. Así nació la nuestra y desde que tengo uso de razón recuerdo a doña María y a mi padre hablándonos de la necesidad de estudiar para cambiar nuestra situación económica.

Extraño que dos personas para las cuales no hubo posibilidades de escuela, tuvieran tanta obsesión por que sus hijos estudiaran. Y fue esa persistencia de ellos la que nos llevó a los 4 hermanos a obtener 6 títulos profesionales en pregrado y 6 de posgrado. La especialidad de doña María era la cocina, conocía los secretos de la buena sazón y siempre preparaba unos platos adicionales en espera de alguna visita inesperada para compartir el excedente. Fue ejemplo de solidaridad, visitando a los amigos y parientes enfermos.

Se entregaba con fervor a colaborar en los servicios y oficios de la iglesia católica del barrio. Todos los sacerdotes disfrutaban visitándola, pues degustaban en exceso sus viandas y su afecto. Doña María fue una señora humilde y sencilla, una madre abnegada y cariñosa y una ejemplar esposa.

En esta fecha especial de sus ochenta años, elevo al cielo una plegaria para celebrar su onomástico, esperando que con su alegría siga bendiciendo los pasos sus familiares y amigos. Se aproxima el primero de mayo, fecha de su fallecimiento, luego el día de la madre, que con tanta emotividad celebrábamos y la sigo recordando con nostalgia de amor, a todos los lectores que tienen su madre viva, los invito a disfrutarla, compartir con ella, evitarle sinsabores y llenarla de afecto, pues solo cuando se la ha perdido se comprende su verdadera dimensión y valor.

Como en el tema de Ismael Miranda, en los ochenta años del natalicio de Mamá, quisiera cantarle: “Madre, Madre, yo a ti quisiera verte otra vez, Madre, Madre, yo a ti quisiera verte otra vez”.

Que Dios te bendiga madrecita buena.