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    Privilegiar ciencia sobre política

    HUGO COSME VARGAS

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    Esto de las pandemias no es nuevo en el mundo: la plaga Antonine en el año 165 D.C., la de Justiniano en el 542, bubónica o muerte negra en 1346, plaga de Marsella en 1720, cólera en 1817, gripe de Rusia en 1889, gripe española en 1918, gripe asiática en 1958, gripe de Hong Kong en 1968, SARS-CoV en 2002 y ahora SARS-CoV-2. Debíamos entonces estar preparados en pleno siglo XXI para enfrentarlas, ¡pero no! En vivo y en directo estamos presenciando un mar de desaciertos de parte de muchos dirigentes de gobierno que zigzaguean sin rumbo claro. De no ser porque está en juego la vida de millones de ciudadanos, esta actuación pública engrosaría la lista de hechos reprochables que se volvieron cotidianidad. Su desprecio por la ciencia está llevando a sus gobernados, a fosas comunes, que hoy lloramos impotentes.

    El virus SARS-CoV2 es un arreglo estructurado de proteínas: 4 estructurales, 16 no estructurales y otras accesorias; tiene un tamaño promedio de 80 nm, posee varios pinchos que lo coronan y es muy parecido al SARS-CoV del 2002. El 10 de enero de 2020, científicos chinos difundieron al mundo su genoma, después de poder mirarlo con un microscopio electrónico, y desde entonces, las mentes más lúcidas de profesionales biomédicos, bioquímicos, biólogos, virólogos y microbiólogos, principalmente, no han dejado de lidiarlo un segundo, porque saben que en ellos está el futuro de nuestra salud y, por qué no decirlo, el de la humanidad.

    No es la primera vez que la ciencia pura nos tiende la mano. En 1796, el médico inglés Edward Jenner desarrolló la vacuna contra el virus de la viruela, pasando a la historia como el primer creador de una vacuna. Hoy, hay en Colombia 21 antígenos, que han sido capaces de prevenir 26 enfermedades, lo cual ha influenciado seriamente la prolongación de la vida humana. No es posible entonces entender que el presidente de Bielorrusia haya dicho hace poco, burlonamente: “No hay virus aquí. No los has visto volar, ¿verdad?”.

    Gracias a la ciencia, cada día que pasa entendemos mejor cómo es el nuevo virus, cómo se transmite, cómo se entrelaza con nuestros ACE2 -que abundan en el cuerpo humano-, cómo se multiplica, cómo se enfrenta al sistema inmunológico, cómo se moviliza hacia otros órganos y, en varias ocasiones, cómo gana la batalla. En tan corto tiempo se han escrito decenas de artículos científicos, se han conformado 118 equipos de investigadores de frontera tras el desarrollo de una vacuna, y se ha escrito, al menos, un libro especializado en Coronavirus.

    Ya lo dijo la Organización Mundial de la Salud-OMS: “este virus puede que nunca desaparezca”, lo cual significa que estará entre nosotros, por un buen rato, razón por la cual nos urge la vacuna, como un mecanismo efectivo de control de la infección, y es hacia su desarrollo que debemos apostarle, a pesar del camino que aún nos falta: etapa pre-clínica de aplicación en un animal de laboratorio, que manifieste la enfermedad parecido al humano, etapa de estudio de la toxicidad en otro animal de laboratorio, fase 1 de la etapa clínica con aplicación a un grupo pequeño de humanos, fase 2 con aplicación a un grupo mediano de humanos, fase 3 con aplicación a un grupo grande de humanos, producción masiva, distribución mundial escalonada, y, finalmente, aplicación, probablemente en dos dosis. Dice la OMS, por fortuna, que hay ya 8 grupos de investigadores, iniciando la etapa clínica. ¡Fuerza campeones!

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    Ojalá no haya más frases de gobernantes del estilo: “Es apenas una pequeña gripe o resfriado” o “es solo una persona que vino de China y lo tenemos bajo control” o “si pueden hacerlo y tienen posibilidad económica, pues sigan llevando a la familia a comer a los restaurantes” o “el coronavirus es la obra de dios para castigar a los países que nos han impuesto sanciones”. ¡Ojalá que todas las constituciones políticas del mundo consagren que, en época de pandemia, seamos dirigidos por científicos, en vez de políticos!