Popayán y sus maldiciones

HORACIO DORADO GÓMEZ

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Echando un vistazo hacia atrás, desde uno de los campanarios de la arcaica ciudad, me remonto a la época del reparto de maldiciones que tuvo Popayán a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII.

En la historia de Popayán hubo un arzobispo, cuyo nombre no puedo acordarme. Acosado por las vicisitudes de los jesuitas, durante el gobierno presidido por Tomás Cipriano de Mosquera, quien, bajo pena de destierro, obligaba a los curas a presentar autorización del poder civil para ejercer el culto religioso. Ley que pretendía evitar que los sacerdotes provocaran revueltas usando su influencia sobre las masas.

El cuento es que, fue tanto el fastidio de la oposición al arzobispo que, lograron volver contra él los fieles, hasta obligarlo a abandonar a Popayán. Este, ya en las afueras de la ciudad, se quitó las sandalias, maldijo, exclamando: “De Popayán, ni el polvo”.

En la creencia popular, las maldiciones tienen un papel destacado. Popayán, está llena de supersticiones, de mitos y leyendas que no se han contado. Con el correr del tiempo, esa maldición que fue el deseo maligno del arzobispo, dirigido a Popayán, en virtud del poder profético del lenguaje, lentamente se está cumpliendo. Las calles están llenas de rumores y calumnias. Las maldiciones devoran la ciudad y son tenidos por culpables los que habitan en ella.




He ahí el porqué de la cruz de Belén, en la que se lee en sus cuatro costados: “Un Padre Nuestro a San José para que nos consiga buena muerte”; “Una Ave María a la madre de Misericordia para que no sea total la ruina de Popayán”; “Una Ave María a Santa Bárbara para que nos defienda de rayos”; “Un Padre Nuestro a Jesús para que nos libre del Comején”.

Poniéndole sentido a la lectura, la maldición se cumple por partes. Gracias al Ave María, el terremoto del 31 de marzo de 1983, sacudió la ciudad blanca, pero no logró arruinarla. La maldición es generacional y, apunta a las consecuencias que podemos estar pagando por el deseo del arzobispo. Como creyentes no podremos librarnos de tal condición, a menos que se le practique una liberación para romper esa atadura.

El “comején”, que dañaba las estructuras de madera y el encañado de las casonas, ahora son los fuereños que, con el estiércol del diablo, paulatinamente derruyen la arquitectura colonial.




Popayán, otrora altar de la patria, no descansa de sus maldiciones. Está invadida del sentimiento destructivo parecido al odio: la envidia que corroe más que el cáncer. El comején (corrupción), considerado como una de las mayores plagas y de más difícil erradicación, se tomó la Universidad del Cauca.

Es la segunda universidad de Colombia, después de la de Cartagena, creada por el general Francisco de Paula Santander el 24 de abril de 1827, de la que, diecisiete egresados ocuparon la presidencia de Colombia.

¡Qué tristeza!, un docente con valor civil confesó irregularidades en la Facultad de derecho, al parecer extendidas a otros niveles.

Civilidad: Santo Ecce Homo, ayúdanos a destruir la ruina, miseria, pobreza, deudas, desempleo, inseguridad…