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    Política y sociedad

    ELKIN QUINTERO

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    “He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.

    Charles de Gaulle

    Hoy, es común escuchar hablar a los políticos de los problemas de la sociedad. Sin embargo, el coronavirus ha dejado en evidencia que la política perdió casi todo encanto y la sociedad se fortalece y no se detiene.

    La corrupción ha dejado reducido los dineros de las políticas públicas, ignorados y tergiversados los decretos, ordenanzas y acuerdos. Nuestros dirigentes poseídos de algunos berrinches han terminado en discusiones grotescas, en medidas insignificantes y en contratos deshonestos. Ignoran que, al otro lado, se encuentran los electores (el pueblo), en el desgraciado espacio de lo que nadie quiere ya apreciar y que todos quieren criticar, robar y engañar sea cual sea su condición socioeconómica.

    Los escenarios políticos están siendo sometidos por el arte de insultar, degradar, acusar y robar. Se ha olvidado la premisa magna de ayudar y gestionar para el pueblo, por el pueblo y con el pueblo. En Colombia, estas consignas seguirán siendo eternamente misteriosas, fascinantes, sutiles e inasequibles. Mientras los que realmente necesitan viven en el orden de los deseos y las promesas.

    En las condiciones actuales, se puede decir e imponer cualquier cosa o idea como solución, contratar a dedo sin los estudios previos mínimos, elevar los precios de manera descarada, aislarse y no decir nada sopena de culpa y castigo como están haciendo ciertos honorables senadores, empresarios, líderes y lideresas. Sin embargo, la sociedad espera atenta el desenlace de las investigaciones sobre las denuncias de los abusos en el alza de los precios, la corrupción en los contratos, los interminables y crueles juegos de poder por el efecto de las ayudas.

    Quizás, el aislamiento ha dejado ver la cruda verdad de nuestras decisiones políticas. Es evidente que muchos de nuestros dirigentes han demostrado no saber nada de gobernar, ni parecen querer saberlo; otros han sido irresponsables, ególatras, autoritarios y groseros, algunos exageradamente corruptos, mediáticos y faranduleros. Parece irónico, pero nos hemos visto asaltados por pensamientos fatalistas y hasta hemos preguntado: ¿Qué habría hecho el candidato que perdió?

    Por favor, señores políticos, es la hora precisa de brindar ayudas importantes que suplan realmente las necesidades primarias del pueblo. No más promesas de centavos para comprar por miles. Basta ya de entregar mercadillos a cientos que solo enriquecen con millones a pocos. Detengan sus campañas de salubridad comprando tapabocas que llevan el virus de la corrupción. Alto por favor a los mensajes belicosos en una hora tan cruda que necesita de paz. Detengan su maquinaria que los muestran como salvadores. Recuerden que nadie es indispensable y luego de la pandemia la sociedad se renovará y los cambios llegarán como fruto de la soledad y la angustia. Porque la humildad del pueblo no debe confundirse jamás con una estúpida modestia como muestra de un abuso exagerado de los políticos. Porque desde hace décadas ellos han convertido la política en el arte de hacer pensar lo que unos quieren que todos piensen. La han nutrido de engaño y corrupción como buenas intenciones. Tras su magia han ocultado y simulado ser parte de las soluciones inmediatas y apropiándose deliberadamente de cifras exageradas dejan a la salud, la educación, la investigación, la cultura, el deporte y la vivienda sin los recursos necesarios.

    Por último, cuando retorne la normalidad, nuestra sociedad no necesitará un Mesías; más aún, su llegada constituiría uno de sus peores riesgos para la democracia. Lo que sí necesitará, son ciudadanos capaces de decir NO a la corrupción y con voluntad férrea construir espacios para el desarrollo social. El gran desafío será la reconstrucción del espacio social, el espacio de la polis griega, donde el interés común se dirima evitando los extremos deformantes del estatismo facilista del populismo, la distorsión antidemocrática del corporativismo, y la mercantilización abusiva de todas las relaciones sociales.