¿Perdonar lo imperdonable?

DIANA ARIAS

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El currículum vitae de Hernán Darío Velásquez Saldarriaga, alias el Paisa, inicia como sicario de Pablo Escobar. En 1985 ingresó a la prostituida guerrilla de las Farc, tras entrevista realizada por su actual líder Timochenco y en 1989 resultó capturado en la Operación Jamaica con 10 mil fusiles y 250 morteros provenientes de la paradisiaca Isla. En 1992 se fugó y siendo el niño consentido pero rebelde del Mono Jojoy, fue considerado el Bin Laden colombiano. El gobierno de turno ofreció por él 5 mil millones de pesos como recompensa. Su capacidad de mimetizarse a través de la prudencia delictual lo hicieron pasar como fantasma, hasta que una vez asesinada su novia en un operativo militar, su rostro y voz, fueron presentados al mundo diciendo: si nos encontramos con la policía, plomo y de frente. Actualmente es parte del Estado Mayor de las Farc y lidera la columna móvil Teófilo Forero, manejando desde el Caquetá, según inteligencia militar, el tráfico de drogas y armas.

Sus principales habilidades laborales han dado como resultado: explotar el exclusivo Club El Nogal en la capital colombiana, matando 36 personas y dejando 200 heridos; secuestros y asesinatos masivos como el de la Familia Turbay Cote, el de Ingrid Betancourt y el de los 12 diputados del Valle del Cauca, de los cuales solamente sobrevivió al cruento y largo cautiverio, Sigifredo López; la muerte de Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverry mientras marchaban por la paz; el atentado fallido en Bogotá a plena luz del día contra Fernando Londoño con una bomba lapa comprada a la ETA donde murieron dos personas; cientos de asesinatos a la fuerza pública que aún siguen presentándose; e inclusive, desvió un avión haciéndolo aterrizar en una carretera, para secuestrar al ex senador Jorge Eduardo Gechem. Sus condenas en la justicia ordinaria sobrepasan los 150 años de prisión.

Hasta hace unos días era uno de los principales objetivos de las Fuerzas Militares pero apareció sonriente en la Habana como gestor de paz del versátil posconflicto. Y como todo lo que ocurre alrededor de este proceso, disparó la polarización política. Indignados los detractores y acérrimos opositores de Santos, consideraron el hecho como una afrenta descarada de más impunidad, mientras que quienes apoyan el proceso, o al menos lo comprenden como necesario, afirmaron la llegada de los instantes finales de las negociaciones.

El mismo Sigifredo siente al proceso como tragar alambre de púas sin hacer muecas, donde las víctimas deben sacrificar justicia para neutralizar a este tipo de violencia. Ciertamente un conflicto puede acabar sin mediar perdón, pero no sería posible, una paz duradera.

Las víctimas y el grueso de los colombianos reclamamos verdad, no repetición y muestras de arrepentimiento sincero. Mientras que los arrogantes farcianos dicen estar en la inopia monetaria, negando su actividad narcotraficante, reconociendo únicamente cobrar vacunas a los productores de drogas. Sin embargo, The Economist estimó sus arcas en 10.500 millones de dólares, pero haciéndose pasar por méndigos, manifiestan ser gente trabajadora que apenas subsiste y balbucean contestando qué han logrado hacer en 52 años, así: puede haber sido generar conciencia de lucha por las transformaciones políticas, económicas y sociales. Frase que puede ser cierta si cambiamos la palabra transformaciones por degeneraciones. Dicen que ellos no han causado muertos sino que los muertos son producto del conflicto.

Perdonar significa dejar pasar una ofensa pero no dejar de condenar un delito. La condena aunque laxa debe pagarse en la justicia alternativa. En un sentido menos jurídico, perdonar nos lleva a dejar los resentimientos y eliminar concepciones de venganza. Aunque el Derecho contempla a la legítima defensa como una especie de revancha normal frente a quien nos agrede sin motivo alguno.

La palabra adecuada sería reconciliación y no perdón. Del Latín reconciliato, pretende recuperar la armonía entre enemigos para que cese la violencia y sus efectos colaterales, a través del reconocimiento del sufrimiento ajeno, cambiando actitudes y emociones destructivas, para volvernos a unir. Una necesidad de reconciliación política que no perdona ni olvida a los crímenes sino que los castiga respetando estándares mínimos de justicia internacional.

El perdón entonces es una aptitud individual necesaria para reconciliarnos como colectividad.

Facebook: Diana Patricia Arias Henao – Twitter:@dianaariashenao.