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    Patoneando Quito: patrimonio cultural de la humanidad y la encrucijada de Lenin Moreno

    FELIPE SOLARTE NATES

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    Al llegar a los 2.800 metros s.n.m. de Quito, junto con Cracovia en Polonia, en 1978 declaradas por la Unesco: Patrimonio Cultural de la Humanidad, y amanecer en el terminal del norte, -donde numerosas familias de venezolanos recién llegados intentaban dormir sobre las bancas y abrigarse para amortiguar el frío de la madrugada con niños y adolescentes reflejando en sus rostros la penuria e incertidumbre de su futuro-, al despuntar el día tomamos una ruta que nos llevaría al centro.

    Con el fantasma del coronavirus lejos de nuestras expectativas buscando hospedajes baratos llegamos a un edificio de 5 plantas, de arquitectura republicana, convertido en hostal de bajo precio y por contraste, limitando calle de por medio, con otro similar pero reciclado en uno de los hoteles más lujosos y caros del centro; y al sur, también calle de por medio, con el gran complejo del llamado “Escorial de América”, integrado por: la amplia plaza, el templo, convento y museo de San Francisco, donde en el siglo XVI, recién fundada la ciudad, los religiosos españoles importaron arquitectos, maestros de obra, pintores, escultores, talladores de piedra, madera, entre otros, para que, además de dogmas católicos, apostólicos y romanos de la Contrarreforma, les enseñaran a los nativos a construir templos sobre los cimientos de los incaicos que destruyeron y a decorarlos con la profusión de imágenes, pinturas y retablos pintados de oro, característicos del arte mudéjar y barroco, que cubren paredes e interiores de la cúpula del templo de San Francisco y de la mayoría de bien conservadas 40 iglesias y 16 conventos desperdigados en las 320 hectáreas del centro histórico de Quito, -el más extenso y mejor conservado de Latinoamérica- y de ciudades vecinas del Ecuador y Colombia, como Ibarra y Popayán, a donde llegaron varias imágenes elaboradas por artistas como el indígena Capiscara y otros de la famosa “Escuela quiteña”, que cada año durante las procesiones de la Semana Santa, son cargadas en los engalanados pasos.

    En los 15 días que patoneamos las calles del centro histórico, vendiendo diversos artículos y los extensos y arborizados parques al norte de la ciudad moderna, como la Carolina y El Ejido, mercados como San Roque, adonde llevan los guacales de cangrejos vivos, entre ostras, pescados y otros mariscos, y conversando con vendedores y quienes la conocieron en los tiempos del sucre como moneda oficial, aprecié la progresiva transformación que sucesivas administraciones municipales emprendieron para rescatar el antes congestionado, caótico, sucio y hediondo centro de Quito, y convertirlo en amplia área organizada para disfrute de sus habitantes y las caravanas de turistas, con un sistema de aseo público eficiente que desde la madrugada lava las calles surcadas de recipientes para los desechos y durante el día las barre; y largas calles peatonales alternadas con plazas donde pueden sentarse a descansar y conversar; con sitios acogedores como el rincón bohemio de “La Ronda”, salpicado a lo largo de la curva calle, por restaurantes, cafés, bares con orquestas y tríos; almacenes de artesanías, etc.; museos abiertos los fines de semana.

    Fuera del Metro que pronto empezará a surcar bajo las calles del centro y otros sectores de la ciudad, existen: la versión del Transmilenio, varias líneas de tranvías eléctricos como la que tuvo Bogotá y buses parecidos a los alimentadores, con tarifas equivalentes a $800 y buen servicio. También me llamó la atención la escasez de motos circulando por las calles y la inexistencia de mototaxistas. La única experiencia negativa con el transporte público fue el robo del celular cuando en horas pico subí con las manos cargando artesanías descuidando los bolsillos de mentiras con que hoy en día fabrican los pantalones.

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    Otro positivo descubrimiento fue la sede del Instituto Ecuatoriano de los Seguros Sociales, iess, recordándome que en el mandato de Correa no obedecieron las órdenes del FMI y el gran capital internacional promotor del neoliberalismo a ultranza y no malferiaron las entidades estatales, y por esta razón el presupuesto de la mayoría de empresas de servicios públicos y de la salud no fue privatizado, salvando a los ciudadanos de interminables colas frente a hospitales y las rapiñadoras EPSs, como sucede en Colombia.

    Mañaneras manifestaciones ante el palacio presidencial de escasos partidarios de Correa que lo consideran traidor a su antiguo jefe y a sus programas de gobierno y una más concurrida de los jubilados del Ejército que en 1982 lucharon contra los peruanos en la guerra por el territorio amazónico del Cenepa, protestando por mesadas atrasadas, evidenciaron que Lenin Moreno no la tiene fácil cuando investigan por corrupción a varios ex-funcionarios correistas, el año pasado, ante masivas protestas encabezadas por los indígenas del Conihae, debió reversar el alza de combustibles y recién viajó a entrevistarse con el presidente Trump buscando limar asperezas del pasado y abrir mercado para cacao, camarones, café y aguacate. Además, anunció ajustes en gastos del gobierno asediado por deudas acumuladas y bajas en precio internacional del petróleo agravadas por las implicaciones económicas negativas desencadenadas por el cornavirus que afecta la tendencia creciente del flujo de turistas.

    Después de la tumbada de Evo, que en lo económico y social había hecho buen gobierno, y la permanencia de Maduro en el poder, ahora dolarizando la economía, a pesar de los esfuerzos internos y externos por tumbarlo, hay expectativas por conocer el rumbo que Lenin Moreno le dé al país, asediado por los problemas económicos internos y por la presión del gobierno de Trump, del FMI y los grandes bancos y fondos de inversión extranjeros que quieren matricular de lleno al Ecuador en la escuela del neoliberalismo privatizador a ultranza, que hace crisis en Chile y Colombia.