Para tiempo de elecciones

DONALDO MENDOZA

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El docente, poeta y escritor vallenato, José Atuesta Mindiola, leyó mi artículo ‘De la sabiduría’ y me ha enviado una anécdota sobre lo que no debe ser un gobernante, cuando lo que manda la sabiduría es actuar con sensatez, prudencia o acierto. Pues bien, a menos cinco meses para la elección de alcaldes y gobernadores, la anécdota de Atuesta viene como anillo.

Cuenta José que en 1990 un candidato a la alcaldía de Valledupar se reunió con la comunidad del corregimiento de Guacoche, que por esos días celebraba la creación y funcionamiento del primer colegio público de bachillerato, para cuya rectoría fue nombrado el Lic. Álvaro Gómez. Como reconocido personaje del pueblo, Gómez encabezó la reunión con el candidato. Éste (cuyo nombre no quiso recordar Atuesta) prometió dotar de laboratorios el colegio y gestionar la pavimentación de la precaria vía que mal comunicaba a Guacoche con Valledupar; y al rector le manifestó, con abrazos y copa de vino, que a su despacho podía ir cuando se le ofreciera y a la hora que quisiera.

Los malos dioses quisieron que este candidato fuese elegido alcalde de la Ciudad de los Santos Reyes, como también se le conoce a Valledupar. Cuarenta días después de la posesión, una comisión de Guacoche, encabezada por el señor rector Álvaro Gómez, se presentó en la Alcaldía (daban por hecho que este alcalde resolvería una lista de los siete problemas básicos de que adolecía el pueblo). Después de esperar con acerado estoicismo tres horas en un caluroso zaguán, se presentó la secretaria del alcalde a decirles que éste no los recibiría.

Con la dignidad pisoteada, los guacocheros y el señor rector regresaron al pueblo, cuya vía de acceso ese día había sido castigada por un aguacero, “de esos –decía el rector – que cada gota llena un pocillo”. Cuando bajó la rabia, un grupo digno de guacocheros y el rector se reunieron en el colegio José Celestino Mutis para evaluar la frustrada gestión. Aconsejados por la desesperanza, pusieron fin a la reunión con una conclusión contundente: “Los políticos son unos mentirosos”. Semejante veredicto fue escuchado por un guacochero desleal y adulador, a quien no le faltaron piernas para ir a comunicárselo al señor alcalde.

Los horrendos dioses de la venganza le inspiraron al alcalde la sanción para la conciencia del pueblo, el rector Álvaro Gómez. Ordenó al diligente Secretario de Educación Municipal que si podía destituirlo, lo hiciera; y si eso no fuera posible, que buscara en el mapa del municipio el peor lugar para su traslado. En todo el territorio el acucioso secretario no halló la solución que el burgomaestre esperaba. Entonces, ahogándose en su bilis, el alcalde escupió la más terrible imprecación: “Mientras yo esté vivo, se quedará en ese pueblo”.

El rector no solo se quedó en el pueblo, sino que allí conformó un hogar y vivió feliz en el sosiego de Guacoche, y hoy viaja sin rencores entre este remanso natural y Valledupar, por una carretera pavimentada. En 2018, en jubiloso retiro, su patria adoptiva le hizo un homenaje que la memoria de los guacocheros no olvidará. Mientras que al alcalde, la historia le habrá reservado un umbrío círculo en el universo dantesco de la mezquindad.