Paisajes vedados

ANA MARÍA RUIZ PEREA

@anaruizpe

Ya casi llegan las vacaciones, los hijos no van al colegio y el cansancio se siente a cada paso. Qué delicia pensar en las vacaciones para desconectarse, para buscar el silencio o la parranda, para juntarse con la familia, los amigos o con uno mismo y un buen libro. En muchas familias por estos días se hacen la pregunta ¿Irse de paseo a dónde, con el dinero tan corto y las ganas tan largas? Los planes se organizan sopesando entre el placer soñado y la realidad del bolsillo.

Por eso, para la enorme mayoría de los que tenemos vacaciones, el destino está en Colombia. Opciones hay para todos los gustos y presupuestos, montañas, mares, ríos, selvas, páramos, llanos o desiertos, este es un país pródigo en paisajes. Pero para los colombianos, pasear dentro de su propio país es muy difícil. El avión para toda la familia es un lujo que muy pocos pueden darse. Por cuenta de decisiones políticas obtusas, desde el siglo pasado nos arrebataron el tren para nunca más volver. Que tan bueno fuera, imagínese usted, tomar un tren que en pocas horas nos llevara a ver el mar a quienes vivimos trepados en las cimas andinas. La única opción de paseo colombiano es por carretera, bien sea en transporte público o en automovil particular.

¿Por qué entonces, si estamos siglo XXI adentro, no podemos simplemente subirnos al carro y arrancar para donde se nos antoje, en este país lleno de maravillas? Hay dos respuestas, devastadoras ambas. La primera es, con contadísimos kilómetros de excepción, la pésima condición de las vías que permanecen olvidadas a su suerte unas y en obra perpetua otras. Aquí las carreteras y los puentes están construidos a duras penas con lo que queda después del desangre del presupuesto en tajadas, coimas y sobornos de contratistas, concesionarios e interventores, que luego cobran indemnizaciones y demandan por sobrecostos al Estado. Es una bofetada que las megaestructuras se caigan apenas los corruptos se toman la foto inaugurando el fiasco, y los pavimentos se rompan como si fueran de arcilla, poniendo en riesgo a los que osen transitar sobre ellos. Entre tanto, los que queremos vacacionar no hacemos más en el año que pagar impuestos dizque para que nos mejoren la infraestructura. Descarados. Chupasangre.

La segunda respuesta a por qué en Colombia no podemos tomar el timón y arrancar para donde se nos dé la gana, es la violencia. Por décadas, no hemos podido conocer miles de kilómetros de lugares magníficos de este país por cuenta de la guerra, que antes era de las Farc y ahora de los narcos gringos, mejicanos, elenos, pelusos y demás malandrines encartelados que nos roban la posibilidad de conocer sitios que a todos nos pertenecen, porque son del país de todos. Así, las selvas y los pie de montes siguen vedados a quienes quisiéramos recorrer caminos por el simple placer visual que regalan los paisajes, para observar las costumbres de la gente, escuchar los acentos, probar la comida, y seguir la ruta.

Es perverso que territorios incluso a pocos kilómetros de ciudades capitales sigan tan aislados como siempre, porque la única manera de salir de ellos sea por trochas mal despavimentadas. No nos preguntemos por qué la guerra persiste justo en esas zonas que siguen siendo ajenas a los colombianos citadinos; las guerras ahí se enquistan justamente porque no se ha hecho nada para integrar esos territorios a las dinámicas nacionales, porque son y seguirán siendo, por voluntad política, intereses económicos o legítimo miedo del turista que no mete la cabeza en la boca del lobo, los paisajes vedados de Colombia.

La política pública de turismo para un posconflicto tendría que valorar el enorme significado de abrir el país a sí mismo y plantear que el turismo interno por carretera no solo supone la generación de una oferta para un mercado potencial sino que es, sobre todo, un paso en concreto hacia el reconocimiento de nosotros mismos y la construcción de confianzas. La paz no es un Acuerdo de 310 páginas, es cerrar las brechas y construir los puentes que nos permitan mirarnos a los ojos como gente de un mismo pais, amable y respetuosa del otro y de su entorno.

Para recorrer este magnífico país falta formar turistas que quieran menos resorts y más paisajes, y falta incentivar la formación de receptores hospitalarios, amables, guías naturales de su territorio. Falta mucho, y ninguna política de gobierno parece querer apuntar a que aprendamos a difrutar descubriéndonos a nosotros mismos.