Oración por la paz



ÁLVARO JESÚS URBANO ROJAS

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El siete de febrero de 1948, hace 71 años, el caudillo del pueblo Jorge Eliecer Gaitán, pronunció en la plaza de Bolívar la oración por la Paz. Respetando el texto del líder inmolado, por su relevancia histórica, he tratado de adaptarla a nuestra actual realidad:

“Bajo el peso de una honda emoción, por el vil asesinato de nuestros jóvenes policías, me dirijo a vuestra excelencia, interpretando el querer y la voluntad de los colombianos que esconden su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.

Hoy, Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes de todo el país, de todas las latitudes, han caminado las calles, para expresar la irrevocable decisión de defender la vida. Y no se ha escuchado un solo grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción.

Señor Presidente: Aquí Solo se ven banderas y pañuelos blancos que se agitan y gentes que espontáneamente abrazan a nuestros policías. Vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un pueblo, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en su silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que una ciudadanía que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.

Pero si esta manifestación sucede, es porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay una ciudadanía de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos desaparecen para que solo se escuche el rumor emocionado de los millares de banderas por la vida, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados.

Señor Presidente: Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan las calles de Colombia, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra justicia.

Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable. Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización!

Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia! Impedid, Señor, el terrorismo. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.

Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!

Os decimos finalmente, Excelentísimo señor: bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio.

¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!