Leer(nos) a la luz de la interculturalidad

En un mundo que se construye a partir de historias ¿Qué puede hacer que unos relatos prevalezcan sobre otros? Pensar en esta pregunta nos puede invitar a descubrir universos narrativos diversos y parecidos a nosotros.

Por: Laura Manzano

La narración ha estado ahí desde el origen, desde que los primeros seres humanos empezaron a desarrollar paulatinamente un sistema complejo de significados; desde los mitos y las leyendas que trataban de explicar los fenómenos del mundo. La narración ha sido desde épocas remotas una manera de atribuirle significado a la experiencia humana. Narrar es casi como vivir.

El investigador colombiano, Omar Rincón, defiende enérgicamente la cultura de la narración, para él las personas somos las historias que contamos. De acuerdo con él una de las afirmaciones más incontrovertibles es aquella que dice que somos los relatos que producimos de nosotros mismos como sujetos y como culturas.

Pensarlo así parece tener mucho sentido, nuestra existencia misma se explica desde ahí. Ya decía el escritor Roland Barthes, sobre el carácter dominante de la narración y sus tal vez infinitas formas:  el relato está presente en todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las sociedades; el relato comienza con la historia misma de la humanidad; no hay ni ha habido jamás en parte alguna un pueblo sin relatos. De ahí su presumible universalidad. Su cercanía. Lo natural que nos resulta contar. Narrar es una actividad profundamente humana.

La escritora caucana Matilde Espinosa fue una de las poetas más reconocidas del país y es considerada como una de las fundadoras de la poesía contemporánea. Imagen: Wikimedia

En ese sentido podemos inferir que, como mínimo, hay tantos relatos como personas en el mundo. Por supuesto, relatos diversos, diferentes entre sí, que dan cuenta de la inmensa variedad de formas de ser en el mundo, de habitar.

Sin embargo, existen unos relatos que predominan en el contexto social, es decir, hay relatos más conocidos, valorados y difundidos que otros. Frente a este canon, como llamaremos a estas narrativas modelo, se extienden multitudes de historias que (aunque no necesariamente distantes o contrarias), reposan en la desafortunada ruta del olvido.

¿Qué puede hacer que unos relatos prevalezcan sobre otros? Pensar en esta pregunta nos puede llevar a disertaciones cada vez más amplias, es por eso que intentaré condensar algunos indicios al respecto. Cabe aclarar que la prevalencia que señalo no supone más valor o pertinencia narrativa.

En primer lugar, parece que las lógicas capitalistas, pulpo insaciable del proyecto de mundo vigente, permean hasta las formas de hacer y recibir literatura. Y cuando digo literatura, quiero referirme a lo que es susceptible de ser leído dentro del campo del quehacer creativo. Esto, desde una perspectiva más amplia incluye muchos lenguajes.

En ese sentido intuir que el mercado, junto a sus modos consumistas y vaciadores de sentido, tiene incidencia en la constitución del canon literario de un territorio, puede ser una aproximación interesante para entender qué les da a ciertas obras, la categoría de canon.

En segundo lugar, quiero referirme al impacto de la educación en las personas, es decir, a la incidencia que tiene en nosotros la forma en que nos enseñan a consumir literatura. En las escuelas, orientan la lectura hacia unos discursos que, por su repetición o “fama”, dejan de tener el significado que alguna vez propusieron. Es el caso de la mayoría de programas de lectura escolar en Colombia: nos llevan hacia los mismos textos, sin reparar siquiera en la existencia de otros, tal vez más pertinentes e igual de importantes para la literatura de una época.

Ahora bien, podemos pensar, por dar un ejemplo bastante conocido, en el Boom latinoamericano como fenómeno literario de un momento histórico que constituyó también, en un club de escritores, de figuras que se anteponían a sus obras.

Sin desconocer la innegable calidad de obras como las de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar o Fuentes (principales representantes del Boom y exponentes del modelo canónico regional), sería de interés reflexionar, más allá de sus discursos y extraordinarias capacidades narrativas, qué compartían este pequeño grupo de escritores. Seguramente podríamos evidenciar que se enmarcan en un ideal de masculinidad y en una representación comercial común (Carmen Balcells).

Figuras como Elena Garro, Silvina Ocampo, Juan Carlos Onetti, Clarice Lispector, Juan Rulfo, Manuel Puig, Reinaldo Arenas, entre tantos otros, quedaron por fuera del Boom. En este caso, fueron escritores en gran medida reconocidos en la región, incluso aún figurando al margen del Boom. Ellos, en medio de esto cumplían con algunos estándares de clase, etnia, género, entre otros, planteados por la interseccionalidad.

En ese orden de ideas, y alejándonos del ejemplo dado, es de imaginar, la magnitud de obras y autores que permanecen a la sombra, en el recoveco de la historia; autores y autoras afro, indígenas, rom, etc. que, por lo menos en Colombia, son invisibilizados.

Si las narraciones nos interpelan, nos conectan y logran proponer vínculos entre las experiencias, estableciendo esa relación emocional y empática que nos conduce a reconocernos en otros, a sabernos comunes y diferentes, ¿por qué nos limitamos en ese conocernos?

No nos preguntamos quiénes escriben, quiénes hacen, cuántos lo hacen o qué hace, no hay necesidad, en la librería están las novedades, en internet abunda información sobre los mismos, en las escuelas ya tienen fama ciertas obras, ciertos autores, aunque quizá nadie las haya leído realmente.

Ante esto, las narrativas que resisten al canon son más, también son menos vistas, menos leídas, menos escuchadas, y pareciera un efecto bola de nieve en dos sentidos. Estos relatos adquieren, por su condición discursiva y su punto de enunciación, las cualidades de contrahegemónicos y transgresores, y son, asimismo, obras que en el marco social, estético, ético y político merecen divulgación y reconocimiento.

La interculturalidad, concepto bajo el cual se construyen canales de diálogo con los otros y con nosotros mismos, es una de las claves para pensar y reconocer estos relatos. Pues nos permite encontrar las miradas comunes y diferentes, las muchas interpretaciones de la vida y las realidades que existen.

A la luz de la interculturalidad, de estos encuentros y esta perspectiva disruptiva, redescubrimos la realidad que nos rodea, nos reconocemos a nosotros mismos y a los demás. Nos percatamos de que hay poesías hermosas escritas en la ribera del río Guapi, en creole, escritas por mujeres que se parecen a nosotras; novelas que recorren la diáspora afrocolombiana y nos llevan a pensar que en esos relatos estamos todos. Nos llevan a preguntarnos “¿Por qué no había escuchado esto antes?”.

No es una competencia. No se trata de una competencia por ver qué literatura es mejor, más sentida, más movilizadora, más acertada. Por el contrario, se trata de indagar sobre eso que ignoramos, no alcanzamos a ver, y que nos hace falta. Leer desde la empatía, con una mirada crítica, nos permite construir identidad, tejer comunidad, y hacer democracia.