El estrecho camino en las montañas

Las zonas rurales del Cauca tienen, en general, pocas oportunidades a nivel educativo, laboral y económico. Las necesidades han sido desatendidas desde siempre y sus habitantes tienen que buscar en el rebusque la forma de sobrevivir. Aquí, tres experiencias de vida que dan cuenta de las dificultades de un territorio invisible.

El maíz es uno de los alimentos fundamentales para los campesinos del departamento.

Por: Especial de Co.marca Digital/ El Nuevo Liberal

 El calor familiar, el sonido de los pájaros, observar el color verde de las montañas conjugado con el azul del cielo, ahonda en muchos campesinos el amor por su tierra y su comunidad. La vida en el campo está llena de grandes retos, de cambios repentinos y no siempre para bien, de falta de oportunidades, de amenazas y violencias, de solidaridad y de la necesidad de la gente de ser escuchada y reconocida por su trabajo.

El campo tiene muchos rostros, muchos gestos, muchas historias. Y escucharlas puede contribuir a que se entienda en su plena dimensión la situación que muchas personas de la zona rural viven en su cotidianidad.

 El valor del trabajo

Entre felicidad y por momentos tristeza, Carmen Gallardo cuenta sus vivencias en el campo, las que han cambiado constantemente. De gris a muchos colores: a verde, amarillo y azul. Los que pueden verse en los paisajes de la vereda La Betulia, en el municipio de La Vega, donde vive actualmente.

“Cuando era niña mi vida fue muy dura, a los siete años mataron a mi papá, quedamos cuatro niños pequeños y mi mamá”, afirma Carmen.

Recuerda también que, desde los siete años, después de llegar de la escuela, realizaba labores cotidianas en lo rural, como recoger leña, hierba para los cuyes, cosechar café y, como no había agua en la casa, ir a traerla a la quebrada para lavar la ropa y cocinar.

Su familia vivía en un rancho de bahareque y tierra que tenía solo un cuarto y la cocina. Ahora tiene 74 años de edad y recuerda como si fuese ayer su niñez y juventud: “No tuve la posibilidad de terminar de estudiar, solo hice dos años el grado primero, porque no teníamos cómo”. La educación para ese entonces fue para algunos pocos, ya que la mayoría de familias no tenían los suficientes recursos económicos para educar a sus hijos. El poco dinero que entraba al hogar era para la alimentación y los gastos más importantes.

“Teníamos unos árboles de café, nosotros los cosechábamos, y después yo me iba a vender unas tazaditas de café a Altamira, para traer alguna cosa. La sal, lo más urgente”, recuerda Carmen.

A los doce años, Carmen decidió viajar a Popayán. Ver a su madre y hermanos en una situación en la que muy difícilmente a veces almorzaban o comían, la llenó de valor para irse por un tiempo y buscar cómo ayudar a su familia. “Trabajé dos años de sirvienta, recuerdo que me trataban muy mal, como lo peor”. En ese tiempo eran muy marcadas las desigualdades y los malos tratos para gente que, como Carmen, llegaban del campo.

“Cuando tuve mis hijos con Anastelio, pensé que ellos no tenían que vivir el mismo sufrimiento. Por eso luchamos para que estudiaran y fueran alguien en la vida”. Carmen tiene cinco hijos a los cuales, con el sudor de su frente, hizo estudiar. Ahora está muy orgullosa de la labor que desempeñó como madre y campesina en su hogar. Actualmente cultiva toda clase de fruta y productos que son sustento para ellos. La vida le cambió a ella y a su familia gracias a su constante trabajo.

 No dejar el campo

Mi papá fue el que me enseñó a trabajar la tierra, desde ahí le cogí amor y constancia al trabajo “, afirma Anastelio Gironza.

Desde muy joven Anastelio se dedicó a la tierra, a sembrar plátano, café, maíz, además de limpiar potreros y todo oficio que se pudiera desempeñar en el campo. Al igual que Carmen, él no tuvo la posibilidad de terminar la primaria: a duras penas logró leer, escribir y contar números. “Viví con mi abuela Concha, quien me crió y vio por mí”. Su familia, al igual que la de los vecinos, padeció de muchas dificultades, la más grandes de alimentación y educación.

Las oportunidades a nivel de trabajo y educación eran mínimas en ese tiempo, y menos para los campesinos, quienes se rebuscaban “lo del día”. Los tiempos han cambiado y los contextos aún más.  “Me fui un tiempo a La Sierra Cauca, a buscar el jornal, aquí no se veía la plata”. En ese entonces el trabajo de un campesino costaba nueve pesos, dinero que no alcanzaba para mucho.

Anastelio en compañía de su esposa, trabajó incansablemente para que sus hijos tuvieran la oportunidad de estudiar.  “Los ayudamos hasta que terminaron el grado once, después cada uno siguió estudiando por cuenta propia”.  La nueva generación, la de sus hijos, vivió nuevos cambios. Ellos, aunque estudiaban, también trabajan la tierra, al igual que sus padres.

“Ahora todo es más fácil”, agrega Anastelio. En la tierra, él y su esposa tienen toda clase de cultivos: plátano, yuca, maíz, caña, café, naranjas, piña, guayaba, bananos, mandarina, etc.

Las personas de mayor edad se sienten muy cómodas en el campo. Nunca cambiarían vivir en él. Pero a diferencia de ellos, los jóvenes dejan su territorio para seguir sus estudios en la ciudad, buscando mejores oportunidades en educación y trabajo.

La difícil ciudad

“Uno de los factores que me hizo pensar en salir de mi casa, fue el no contar con recursos para comprar las cosas necesarias en un hogar y el querer superarme, estudiar”, afirma Maricela Pino.

Llegar del campo a la ciudad es difícil para campesinos e indígenas, y más si no tienen un nivel alto de educación. “En lo único que encontré trabajo fue como empleada de servicio”, recuerda Maricela. Ella tuvo una mala experiencia apenas llegó a la ciudad, pero con el tiempo conoció a personas que la ayudaron en sus estudios y que aún la apoyan.

“Nunca cambiaría la experiencia tan bonita que es vivir en el campo”. En las zonas rurales a pesar de las dificultades que se presentan en la vida cotidiana, se cuenta con el espacio y el medio para que las personas desarrollen sus capacidades libremente, los que establecen una relación muy cercana con la naturaleza.

El campo es vida, a veces se complica, pero en instantes se transforma en risas que surgen mientras se transita en medio del estrecho camino de las montañas.