Luz y sombra en Francisco José de Caldas

DONALDO MENDOZA

[email protected]

 Los 250 años del natalicio del prócer payanés Francisco José de Caldas (1768 -1816) ha sido ocasión propicia para ahondar en lecturas, en busca de mayor información sobre el hombre, en su circunstancia de conocer alguna gloria y la insalvable miseria, destino común de todos los seres humanos. Para esa búsqueda son demasiado segados los libros de texto, las biografías de enciclopedia y los escasos datos del diccionario, que lo dejan a uno con una versión despercudida del personaje: patriota, prócer, mártir, sabio… Es decir, mucha luz y casi ninguna sombra.

Pero, cuando lo que nos aporta información es una Biografía, ahí sí se hacen visibles las sombras, que son las que, con las luces, muestran al ser humano en su integridad; y ya ve uno, por ejemplo, que “Caldas es un personaje frío, metódico, cándido y simple”.

En efecto, una Biografía escrita por Alfredo Bateman, y un ensayo de Hernando Téllez, quien escribe un texto crítico a partir de otra Biografía, la escrita por el payanés Jaime Paredes Pardo, aportan datos suficientes para armar las piezas más verosímiles del personaje. Quizá la primera pregunta que se hace un ciudadano común es si realmente era “sabio” Francisco José de Caldas; Téllez lo explica así: sí lo era, “en la medida en que podía serlo a la altura de las circunstancias en que le correspondió vivir y trabajar; pero su sabiduría no alcanzaba el destello universal…” Otro argumento para demostrarlo, podría ser éste: los sabios y pensadores han dejado en sentencias, máximas, aforismos, frases célebres, sus aportes al pensamiento o la ciencia; en el caso de Caldas, para un lector que no sea colombiano, ese tipo de fuente no existe.

Otra pregunta: ¿fue displicente el barón Alexander von Humboldt con Caldas? En las mismas cartas de Caldas se infiere que toda la culpa no fue del barón; éste venía de Europa revestido con las luces profanas de la razón, y en sus jornadas de trabajo se daba tiempo para los placeres; ese proceder, nuestro Caldas, fiel a unos rígidos principios de moral católica, no lo veía con buenos ojos; en últimas, fue eso lo que los alejó. Esa misma conducta moral y religiosa le deparó desdichas en el amor; para Caldas la mujer casada debía ser un dechado de virtudes, pero su esposa sentía y pensaba de otra manera.

Hay quienes lo tildan de cobarde, por haberse retractado y arrepentido de lo dicho o escrito en favor de la lucha por la independencia de España; quiso con ello merecer la clemencia de los “pacificadores”, y ya sabemos el resultado; pero aun así, la cobardía quizá no sea el término apropiado para explicar su reacción ante la muerte inminente, realidad ante la que nadie sabe cómo reaccionaría si estuviese en circunstancia semejante; yo pensaría que sí le faltó algo de grandeza, la misma que él reclamaba a los soldados en una de sus últimas proclamas en Rionegro (Antioquia): “es preferible morir, antes que sacrificar el honor militar”.

El legado mayor, su luz más cimera, dejado por Caldas a las generaciones de colombianos de cualquier tiempo es su despierta inteligencia y la acerada perseverancia con que acometía cada trabajo; su amor al estudio y su pasión por la lectura lo llevaron a fustigar a los jovencitos de familias adineradas que vivían en la holgazanería, medrando en la fortuna familiar que procedía de la mano de obra esclava; Caldas sacrificó fortuna, no agregó un palmo de tierra a la modesta hacienda familiar, por apostarle al estudio, a la investigación. Sembraba para el futuro.

Por ese legado, Francisco José de Caldas es el colombiano más importante, en el siglo XIX. En ese siglo, Caldas ya tenía una visión de alcance futuro sobre el desarrollo cultural y económico de los pueblos; en efecto, los países que más progresan, los que tienen más bajos niveles de desigualdad en el mundo, son los que invierten en educación. En esto, Francisco José de Caldas sigue siendo, en Colombia, un incomprendido.