Los dedos en la boca

MARCO ANTONIO VALENCIA

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Que nos metan los dedos a la boca no es agradable. ¿A dónde habrán estado esos dedos antes? ¿En qué plátano, en qué fulano, en qué anciano, en qué grano, en qué banano, en qué manzano, en qué marrano?… en fin, ya me entienden algunos. Los dedos son muy útiles, pero poco limpios. Se untan de todo, por eso al llegar a casa, lo primero que hay que hacer es lavarse las manos.  Y a todos nos meten los dedos a la boca de vez en cuando: a unos por ingenuos, a otros por salubridad.  

Todo esto lo pienso mientras visito al odontólogo, que para meternos los dedos tiene un título universitario, se pone guantes y cumple un protocolo de asepsia. Pero como sea, es un trabajo que a mí me parece desagradable porque hay bocas enfermas y otras que huelen mal.  Pero además,  usan ese instrumento que llaman “la fresa” para recabar caries, y que a todas luces me parece criminal. Rrrrzzzz suena la maldita cosa. Un sonido que nos persigue hasta en nuestras peores pesadillas. Pero esta visita anual al odontólogo es necesaria. Hay que evitar las caries, son dolorosas, fatales, carísimas.

Con los dedos del odontólogo en la boca, trato de pensar en otra cosa. Pienso en política, no sé por qué, pero me da por pensar en eso. Cosas de la mente.

Pienso en las próximas elecciones: ¿con qué cuentos nos van a meter los dedos a la boca los candidatos presidenciales? Se nos volvió habito desconfiar de los políticos. Ellos mismos se han labrado ese mísero laberinto. Cada que un político cae por corrupto afecta el sistema, afecta la función pública, afecta la confianza en los líderes. Afecta la confianza en las instituciones. Hay políticos con propuestas buenas, con partidos políticos respetables, pero ya desconfiamos de todos (por causa de uno, o de veinte delincuentes metidos en política, ya desconfiamos de todos).

Pareciera que con cada discurso nos van a meter los dedos a la boca.  

Los políticos como los odontólogos, se visten bien, hablan bonito, tienen una sonrisa pulcra, pero si no tienen buen pulso cuando meten la mano, peligra la boca del paciente; así como peligra el erario público cuando un político ladrón mete sus manos sucias.  

En las próximas elecciones la credibilidad será un verdadero dolor de muela. Parece ser que la estrategia de la mano negra (siempre invisible) será continuar polarizando el país entre buenos y malos, entre derecha e izquierda, entre tontos y bobos. Porque no creo que nos vuelvan a meter los dedos a la boca con el cuento de “pacifistas y guerreristas”, sería el colmo (de la estupidez colectiva).

Dividir al país, polarizar el país, trae consigo ganancia a grupos locales que manejan política a través de pequeños feudos y haciendas burocráticas. Pero si le jugamos  a eso, la abstención en elecciones nacionales podría ser mucha. Y aunque no salir a votar por ningún candidato pareciera un asunto de madurez política, en Colombia esa táctica claramente favorece a ciertos grupos que buscan deslegitimar, no solo a un candidato sino a las instituciones. Y detrás de eso, están los extremistas de izquierda y de derecha. Y todo extremo es malo.

La política nacional hoy por hoy es como una boca mal cuidada. Está llena de caries, gingivitis, de daños en las encías, de halitosis, de inflamaciones. Y todo se puede solucionar haciendo las correcciones a tiempo, usando un buen cepillo, enjuagues y seda dental. La política como la boca, hay que cuidarla todos los días.  Ahora mismo necesitamos un buen político que le meta la mano al tema de gobernar, y no nos meta los dedos a la boca polarizando el país.