La Torre del Reloj, llamada por el poeta Guillermo Valencia la nariz de Popayán, se construyó con noventa y seis mil ladrillos, gracias al arzobispo Cristóbal Bernardo de Quiroz, español, que asume la tarea encomendada por el Papa Clemente X, de entregar a su feligresía una torre de campanas con un reloj cuyo máquina se regula con dos pesas de plomo que en la guerra de independencia fueron usadas por Antonio Nariño para fabricar munición. El reloj sólo tiene saetas para marcar las horas, tiene errado el número cuatro en numeración romana y la falta del minutero. Por ello, a los patojos no les importan los minutos sino las horas. Una placa de plomo del 30 de mayo de 1673, reseña la fecha de la primera piedra. La obra se edifica en nueve años, bajo el nombre de Torre de la Plaza Mayor.
Siendo Popayán un emporio de la minería se consolidan de grandiosas fortunas nutriendo importantes legados testamentarios. Los notables financiaron la obra con los excedentes de la apropiación de la fuerza de trabajo de indígenas y esclavos, hasta la caída de la producción de oro en las postrimerías del siglo XVIII, cuando Antioquia sustituyó la mano de obra esclava con el pago de jornaleros libres y, entonces, los rentistas y mineros asentistas payaneses no pudieron competir. En 1737, el edificio es donado por el clero a la ciudad. Por muchos años hasta su fallecimiento el encargado de darle cuerda al reloj fue Reinaldo Guzmán Velasco.
De la tradición oral surge un personaje que persigue a los libertinos en sus libaciones nocturnales es: “La Llorona” protagonistas del inframundo mitológico. Algunos aseguran que se trata del llanto de ‘Ernestina’, una niña que nació en el campanario de la torre en días de la independencia cuando varios insurgentes se escondían en su interior, pero no es así. Se trata de la primera mujer víctima de estupro en la Jerusalén de América, según lo recitan con sorna los maestro del derecho penal, estupro es prometer para meter y después de haber metido no cumplir lo prometido, es decir prometer el oro y el moro, para acceder a la doncella y luego hacerse el pendejo.
Por causa de un seductor de mala calaña, la adolescente queda en cinta, el pretendiente la aborrece y ella ante la deshonra, ahoga al crio en el río Molino y se quita la vida lanzándose de los dinteles del puente del humilladero. Desde entonces su alma en pena, deambula lanzando gemidos estridentes y tétricos. Con su figura espectral de cabellera larga, vestido negro y ancho que cubre las rodillas, dejando ver las enaguas. Usa pañolón negro y sus ojos desquiciados con rictus de ultratumba destellan una luz blanca y de sus manos se despliegan uñas afiladas para aruñar a sus víctimas. La momia reposa sus restos en las bóvedas de San Francisco y hace su periplo el día de los muertos con el mismo recorrido de las procesiones de Semana Santa. Cuando la asedia un hombre enamoradizo, deja de gemir y asume la figura de la novia agraciada; con seducciones engañosas lo lleva a la orilla del río Molino, en donde después de arañarlo lo abandona para yacer en su aposento de momia. El hombre que tiene ojo de ver espectros y espíritu duro, usa una fusta y la azota hasta que al suelo caen sus desechos macabros.
Según mi amigo el insigne poeta Marco Antonio Valencia Calle, la llorona inicia su recorrido en el templo de San José, se detiene en la Torre del Reloj y sigue por el andén de la catedral hasta el santuario de Belén, sus lamentos rechinan por las capillas de La Encarnación y La Ermita. Destaca también que en uno de sus recodos la Torre del Reloj encubre los restos de Don Quijote de la Mancha, y quien aspire a ser poeta o escritor, debe acudir a este santuario de ‘La ciudad letrada de Colombia’ y poner sus manos sobre sus paredes para impregnarse del ingenio del más famoso de los hidalgos de la literatura universal.