La Ciudad Blanca

DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS

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Ahí está Popayán, años después de soportar una dura prueba de la naturaleza. Ahí está nuestra ciudad altiva, espléndida, con sus relojes coloniales que marcaron las horas tristes y alegres de la Ciudad Blanca, que se detuvieron un jueves santo a las ocho y trece minutos, captando en su silencio la dimensión de un drama, y que hoy vuelve a articular el espíritu silente de una ciudad en movimiento.

Ahí está la Jerusalén de América, con las campanas de sus iglesias que arrullan con su entonar melodioso la apacible vigilia de estas calles llenas de recuerdos imborrables. Popayán, con sus procesiones, años de historia y tradición, la secuencia de sus pasos o momentos que representan el sufrimiento, la muerte y resurrección de Dios hecho hombre. Las edificaciones coloniales, las exposiciones, los museos que albergan en su interior la reseña viva de épocas pasadas y objetos que recuerdan gestas centenarias. Los claustros universitarios que nutrieron en sus salones la inteligencia y el talento que engrandecieron la patria. Ahí está la Ciudad Blanca, con la Semana Mayor y sus participantes, el porte y la belleza de las sahumadoras, la solemnidad de los cargueros, la sobriedad de los regidores, la devoción de los alumbrantes y la masiva participación de propios y extraños, peregrinos y turistas que vienen de los más apartados rincones del país y del mundo que observan con especial admiración el desarrollo de las tradicionales procesiones de la Semana Santa en Popayán.

Ahí está la Ciudad Blanca con su Festival de Música Religiosa, sus extraordinarios conciertos que nos trasladan a épocas pasadas, sinfónicas, filarmónicas, corales, música sacra y excelsa que evoca la inspiración sublime de compositores como Bach, Mozart, Beethoven, cuyas magníficas obras han puesto a incrédulos y ateos a pensar en la existencia de Dios.

Ahí está Popayán, de cara al futuro, con una fe y voluntad inquebrantables, reflejadas en un porvenir que hace años, instantes después de la tragedia se veía nublado e incierto pero hoy con la entereza y la voluntad decidida de sus gentes, se perfila promisorio y con la visión puesta en un horizonte más esperanzador y forjador de una realización colectiva.