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    Hiporexia

    MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE

    www.valenciacalle.com

    La doctora Carmiña tiene los ojos almendrados en color y forma; labios con brillo rosa, manos suaves y la voz un tanto grave. Ah, y siempre huele bien.  De esas cuatro cosas no me olvido: su cara, su voz, su suavidad y su olor.

    -La dificultad para ingerir se debe a la disfagia-, me diagnosticó la primera vez que vino. Entonces ordenó terapia para masticar, comer cosas blanditas, consumir batidos y yogures.

    Luego, el problema pasó de dificultad para tragar a inapetencia general; entonces la doctora Carmiña tranquilizó a mi familia diciéndoles que era un asunto de geriatría, en otras palabras, que los viejos comemos menos porque necesitamos menos energía.

    Cuando mi rostro de aburrimiento hizo juego con mi esqueleto de carnes flacas, el olor suave de la doctora Carmiña volvió a mi habitación. -En los abuelitos, dijo, la falta de apetito o hiporexia suele venir con angustias. Hay que tener cuidado porque puede caer en desnutrición.

    -Quiero que hagas -me ordenó- una lista de comidas que te apetecen. Ya sé que la comida normalita te da asco. Entonces, vamos a cambiarte el menú. Pide lo que sea, te lo conseguimos. Porque si no comes, vamos a tener que canalizarte e inyectarte por montones.

    Entonces, hice la lista: Morcilla de sangre de puerco, hormigas culonas, cartucho de grillos, tarántulas fritas, mojojoy asado, sopa de ternero nonato, pepitoria con vísceras de cabro macho, huevos fertilizados con embriones de veinte días, comida chatarra, esperma de bacalao, rata asada, quesos con gusanos, guanos fritos en mantequilla, criadillas de toro negro, jugo de ojos de oveja, sopa de gato, sancocho de gallina con presa grande.

    La doctora leyó la lista, sonrió y salió de la habitación. Escuché que dijo que la falta de apetito no me había quitado el humor, pero todo eso se comía en alguna parte del mundo.  Luego escuché que discutían, mi esposa decía que si era mi última voluntad había que cumplirla. La doctora comentó que el sancocho de gallina criolla era fácil de conseguir. Hubo un silencio contenido y luego mi esposa e hijos soltaron a reírse.

    -El viejo está mamando gallo, doctora -dijo el mayor. -El viejo no tiene disfagia, ni hiperoxia, ni nada Y esa lista es una broma, es solo por llamar la atención. Si algo le parece repugnante es una presa de gallina hervida. Prefiere morir a oler gallina en su plato, ahora imagínese con el resto.

    La doctora escribió en mi historia clínica que sufro de TAG (Trastorno de Ansiedad Generalizada) por encierro de cuarentena y noticias negativas asociadas al coronavirus; y se fue. No ha vuelto.

    Extraño sus diagnósticos. Ahora no sé qué dolencia inventar para que la llamen. Quiero que me diagnostique demencia senil para disimular este amor invernal por ella que me carcome hasta dejarme sin apetito.

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