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    Hijas de la luna

    LUCY AMPARO BASTIDAS PASSOS

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    La canción de Mecano, Hijo de la luna, y el relato de la historiadora Diana Uribe a 50 años de la llegada humana a la luna, en plena guerra fría que incluyó la guerra espacial entre la entonces Unión Soviética y Estados Unidos, nos transporta a lo que cada uno vivió en 1969, como hijos e hijas de la luna.

    Por esos días nadie hablaba de que esas dos potencias querían mostrar su poderío llegando primero a la luna. En épocas universitarias uno ya se preocuparía por la geopolítica. Que en 1961 John Kennedy dedicó presupuesto inmenso para ganar la luna a cualquier precio, que tal carrera la iba ganado la actual Rusia, pero EU tenía mucho billete… y logra conseguir al ingeniero exnazi que inventó los cohetes bombarderos para Hitler: Wernher Von Braun. Kennedy y su colega Nixon no hicieron reparos al pasado genocida del científico y loco. Von Braun solucionaría el tanque gigante de combustible que llevó al Apolo 11. Llegaron y punto. Nunca otra potencia volvió para verificarlo o desvirtuarlo.




    En 1969, agosto, se realizó también cerca de Nueva York el festival de música Woodstock, como ceremonia filosófica de la contracultura que veríamos años después en el documental: Woodstock tres días de paz y música. Asomarnos allí marcó nuestra época de hipismo en rechazo a la guerra absurda en Vietnam, como absurda es toda guerra. Hubo propuestas de amor, música y una flor para mascar. Woodstock nos refresca en 2019 a Ernesto Sábato con la esperanza de “recuperar cuánto de humanidad hayamos perdido”.

    En mi entorno local déjame decirte que conmemoré que en 1969, nos graduamos 34 chicas en el colegio de Las Salesianas. Estrenando diploma presenciamos la aventura lunar en televisión en blanco y negro. Vivía con mi mamá y mis hermanos Libardo y Mauro, en casa amplia con antejardín, dos patios y aljibe, en La Valvanera, nombre de la fábrica de baldosas de cemento que estaba cercana, hoy barrio Valencia en Popayán. No soñábamos con tener tv. Vimos tal hazaña con mi prima Estela Rodríguez, que nos invitó a su casa. Ella vivía en la misma manzana en la carrera 11, con calle 5ªA, diagonal a la casa con porche, arcos y cubierta con teja de barro de Elsa Garrido, primera caucana coronada reina nacional de belleza, aunque lenguas malucas decían que fue por influencia de Guillermo León Valencia, entonces presidente de Colombia. Lo cierto es que al recordar mi barrio como dice el tango, suelto un lagrimón.




    Los vientos de la proeza lunar y de Woodstock nos reunieron 50 años después a las hijas de la luna, a 16 de las 34 compañeras para recordar a esa colegiala que cada una fue, como dice el pintor y poeta Rodrigo Valencia: de cara redonda y una flor en la mirada. Esa colegiala, hoy mujer que quita nubes a la luna, que le cuenta al árbol que presenció sus pasos jóvenes, que atravesamos ya el sexto piso, y pues…qué te diré…que desde los pisos altos se ve mejor el paisaje, paisaje amplio que nos da licencia para simplemente hacer lo que nos venga en gana. Lo demás, va al desván.

    Con tales vientos rápido renovamos afectos de colegialas y recordamos lo inculcado principalmente por nuestras madres: “hija, debes educarte igual que tus hermanos, ser independiente en lo económico y en ideas”. La mayoría obedecimos. Hoy cantamos a lo García Lorca: La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos. / El niño la mira, mira. / El niño la está mirando.