Un almuerzo para el recuerdo



HAROLD MOSQUERA RIVAS

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El pasado 22 de enero, mientras caminaba por los pasillos de Campanario, meditando sobre la ola de violencia que en los últimos días nos agobia y de la cual lamentamos el atentado que terminó con la vida de 21 estudiantes en curso para ser policías, hecho reivindicado como acto de guerra por el Eln, mientras el gobierno nacional reclama al de Cuba la captura y entrega de los jefes del grupo insurgente y en el país se discute si deben respetar el protocolo de seguridad firmado con el gobierno Santos o deben entregarlos para ser juzgados en Colombia, en cualquier caso ya nada devolverá la alegría a todas las familias que han debido aportar las vidas de sus hijos como cuota parcial para alcanzar un día una paz estable y duradera.

Cuando más analizaba y reflexionaba sobre ese trágico suceso, me encontré de sorpresa con la familia del doctor Rubén Darío Hernández, quien acompañado de su señora madre y su hermana se aprestaban a compartir el almuerzo en el citado centro comercial, los saludé con afecto y luego ellos se llenaron de razones para abrazarme y recordar con palabras sinceras el gran aprecio que me tienen y el agradecimiento por un proceso que hace muchos años adelanté en defensa de la vivienda familiar, proceso que concluyó con sentencia favorable.

Me invitaron a almorzar y recordaron con asombroso detalle las resultas del proceso y el efecto que éste tuvo en el futuro de la familia. Había en los ojos de cada uno de ellos un brillo de sinceridad que produjo en extraño efecto en el almuerzo, al punto de hacerme sentir que degustaba el mejor plato de muchos años, no tanto por la sazón con que fuera preparado, sino por efecto del cariño conque fuera compartido. Sentí tanta emoción por la felicidad de esta familia de amigos, que anhelé poder hacer algo similar para llevar al hogar de cada familia víctima de la guerra un almuerzo de alegría como ese, infortunadamente, no hay acción judicial alguna que pueda reparar el daño emocional que produce la pérdida de un ser querido en circunstancias tan injustas como la guerra que hemos padecido y en la que el dolor colectivo de unos muertos solo alcanza hasta el momento en que se producen otras muertes que parecieran borrar como en un tablero de clase las muertes anteriores, dejando a los dolientes bajo la más profunda sensación de soledad, abandono y dolor.

Lo más seguro es que Cuba se acoja al protocolo de seguridad, como también es casi seguro que pronto estemos recibiendo noticias de otros atentados y otros muertos de lado y lado, hasta que se firme la paz, el país seguirá polarizado entre quienes reclaman volver a la guerra total y quienes insisten en la solución política del conflicto, debate que ha determinado cada uno de los gobernantes elegidos en los últimos 20 años, sin que las cosas hayan cambiado mucho entre cuatrienio y cuatrienio, como si nuestra condena a cien años de soledad de la gran novela del Nobel García Márquez, fuera tan cierta como la condena impuesta por Changó a los africanos esclavizados hace 5 siglos conforme a la obra del maestro Zapata Olivella titulada Changó el Gran Putas.

En todo caso, nos corresponde, aun en medio de los almuerzos compartidos con gratos amigos, mantener vigente la esperanza de vivir un día en una Colombia en paz.