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    Los norteños

    HAROLD MOSQUERA RIVAS

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    En el puerto de Buenaventura llaman norteños a quienes se han marchado de manera ilegal para los Estados Unidos y luego de obtener éxito económico en el negocio del narcotráfico, regresan para las fiestas, como estas de navidad, para compartir con familiares y amigos un derroche de dinero que asombra a cualquiera.

    Organizan grandes fiestas, regalan dinero, lechonas, trago y se convierten en el centro de atención en toda la ciudad. Por regla general, todo norteño termina su existencia asesinado en medio de los negocios ilícitos a los que se dedica o pagando prisión por el resto de su vida. No es normal que ellos mueran de viejos y en libertad.

    Así mismo, es común para estas fiestas, en los barrios populares, ver llegar  a vecinos que se marcharon a Europa o Estados Unidos y por fuerza de trabajar duro,  de manera legal o ilícita, han conseguido dinero y desde su aterrizaje en el respectivo aeropuerto, son recibido con chirimía y chiva de vecinos, allí empieza la rumba por cuenta del recién llegado, que también gasta el dinero que trae en fiestas, comidas, trago y regalos para demostrarle al vecindario y los familiares todo el afecto que les tienen. En muchos casos, los viajeros trabajan como burros todo el año y ahorran para esos días de ostentación en Colombia y con su gente.



    Es común encontrarlos rodeados de vecinos, muchos de ellos canaleros, que escuchan emocionados todas las historias, que a veces con algo de exageración, cuentan los recién llegados. Muchos han conocido la prisión en el extranjero por delitos que allá suelen llamar: “negocios de colombianos”, siendo sus relatos de prisión los que más interesan a sus contertulios. Recuerdo hace algunos años, cuando uno de los viajeros de mi barrio, en medio de una de sus fiestas de ostentación le echó los perros a la esposa de un jefe de pandilla local.

    Como en la canción de Rubén Blades, la señora que no es boba, se lo cuenta a su Bandido (marido), quien en compensación envió a sus hombres armados para exigir una indemnización de 20 millones de pesos. El viajero pensando que la cosa no era en serio, se negó, pero por seguridad adelantó su regreso a los Estados Unidos y en represalia, la padilla asesinó a un sobrino suyo, llenando de luto a la familia, que en todo caso tuvo que pagar 10 millones de pesos al bandido y abandonar el vecindario llenos de temor a que asesinaran a otro de los suyos.  Por supuesto el viajero de la historia jamás regresó a Colombia, cuando todos los diciembres llegaba sin falta.

    Desde entonces, es costumbre en el barrio que cualquier viajero que llega, antes de enamorar a una mujer, se asegura de investigar si está comprometida, pues es la forma más elemental de evitar poner en riesgo la vida, en especial en estos días en que los barrios se visten con sus mejores galas en trabajos y aportes colectivos de vecinos que rematan el 24 y el 31 de diciembre con verbenas populares que permiten disfrutar la navidad como en ninguna otra parte de mundo. Por eso es que los norteños y todos los emigrantes, procuran volver a celebrar en Colombia ne medio de todas nuestras dificultades, el nacimiento de Jesús.

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