El juego de béisbol en el mangón del barrio

HAROLD MOSQUERA RIVAS

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Tanto en el Cauca como en el Valle del Cauca, el juego de béisbol no ha sido un deporte popular, es decir, no se encuentran muchos campos para su juego y muy pocas personas conocen las reglas del mismo. Ni qué decir del golf y el tenis. Quizá esa sea la razón por la que el país celebra de diferente manera el triunfo de Farah y Cabal en Wimbledon, que el primer lugar de Egan en el Tour de Francia. Ya que, mientras que la bicicleta es un elemento que todos conocemos y hemos practicado, muy pocos han pisado un campo de tenis para jugar un partido. La consecuencia de ello es que el pueblo se identifica y siente más suya la gloria de quienes además de alcanzarla en deportes populares, tienen sus raíces en los mismos sectores. Basta recordar cuando Juan Pablo Montoya ganaba premios en fórmula 1, todos aprendíamos las reglas de las carreras, pero sentíamos una distancia con ese deporte que en Colombia muy pocos tienen el privilegio de practicar.




Por eso es que el triunfo de Egan motiva lágrimas, pues es como si todas las familias humildes de Colombia, nos viéramos reflejados en la del campeón, dado y recibiendo la bendición como buen católico, abrazando a los suyos para agradecer al cielo por tantas alegrías, aunque siempre he creído que el todopoderoso no interviene en esos asuntos del deporte, pues haría mal en ponerse la camiseta de un equipo, que en todo caso no podría ser el América de Cali, que ya tiene a su opositor como mentor.

Volviendo al juego de béisbol, recuerdo que cuando era niño, llego al vecindario una familia costeña de clase media, su hijo menor era fanático del béisbol y nos enseñó a jugar en el mangón del barrio. De tal forma que él era el dueño de las reglas, de los bates, de las bolas, los guantes y las almohadillas. Nos dividíamos en dos equipos, pero siempre, era el grupo del costeño el que ganaba el juego. No por tener más talento, sin o porque él interpretaba las reglas en favor de su equipo y cuando había alguna discusión acalorada, manifestaba que si no se aceptaba su postura, recogía sus cosas y se acababa el juego, de tal forma que, para evitar que ello sucediera, siempre aceptábamos sus decisiones de juez y parte. Un buen día la familia del costeño se fue del barrio y desde entonces nunca más volvimos a jugar béisbol.

Cada vez que arrancan las campañas políticas en nuestro país y veo a los candidatos de siempre llegando a los barrios en busca de los votos para perpetuarse en el poder, recuerdo al costeño de mi barrio. Pues igualdad que él, la mayoría de ellos, son los dueños de las reglas y de todos los implementos del juego y es por eso que siempre ganan. De lo cual nos queda como moraleja, que el juego de la política en nuestro país será divertido, cuando las reglas y los implementos del mismo no le pertenezcan a ninguno de los jugadores, de tal forma que todos tengan la posibilidad de ganar.