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    Filosofía de la desdicha


    VÍCTOR PAZ OTERO

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    No hace más de 75 años, que este planeta nuestro, este planeta azul con tempestades, salía derrotado y humillado por la herida profunda que le proporcionó la furia aniquilante de dos guerras mundiales, repugnantes y generalizadas, que dieron cuenta de todas las ilusiones que se abrigaron a la sombra de la noción de progreso y de advenimiento de la RAZON como nueva y orientadora deidad de los destinos históricos de la humanidad. Las guerras fueron el verdadero asalto a la razón, la irracionalidad, el terror y la barbarie triunfaron sobre ella. Vinieron a comprobar con ese triunfo lo que alguna vez anotó Hegel, que la historia es un estercolero y aquello que años después señalaría nuestro José Luis Borges, que toda la historia es historia universal de la infamia.

    Después de esa hecatombe el universo humano quedó sumergido en el más desconcertante e inquietante estado de estupor; quedó como despojado de pensamiento positivo; quedó como habitado por el desconcierto y por la incoherencia del lamento y de la inabarcable realidad del sufrimiento.

    ¿Valdría la pena continuar viviendo en ese mundo convertido en muladar? Valdría el esfuerzo de reconstruir una cultura y una sociedad que siempre termina aniquilando a los sujetos que la ?

    En ese momento deshabitado de esperanza y de eclipse total para imaginar una visión halagadora de futuro, el pensamiento que surgió para intentar comprender y analizar lo que había sucedido y lo que seguiría sucediendo por las implicaciones de la gran tragedia, solo podía ser un PENSAMIENTO SOMBRIO; un pensamiento henchido de pesimismo, un pensamiento intimidado y aplastado por el derrumbe de los ídolos y los mitos filosóficos precedentes.

    De esas ruinas emergió el pensamiento propiamente existencialista. Un pensamiento que vino a expresar la manera y la forma como la filosofía del siglo XX asumió la interpretación, y también la narración, de lo que sucedió y continuaría aconteciendo en el mundo de la postguerra.

    Si bien la música de fondo de ese pensar filosófico la aportó Kierkegaard, un extraño y heterodoxo pensador religioso del siglo XIX, lo que vino a configurar el existencialismo como grupo y como movimiento filosófico, se concentró en Francia, desde donde irradió una notable influencia en la casi totalidad del pensamiento occidental.

    En primer término el pensar (y el sentir) existencialista se manifiesta como una clara oposición al pensamiento de HEGEL. Pues Hegel había dado pie con su idealismo absoluto para alimentar todos los TOTALITARISMOS posibles. Empezando por su propio totalitarismo filosófico, que a su vez derivo a justificar los totalitarismos políticos, como fueron el fascismo, el nazismo y el Estalinismo.

    En el pensar Hegeliano prevalecía la exaltación de lo absoluto y el desprecio por la singularidad. La existencia humana es totalmente irrelevante para sus categorías conceptuales. El hombre concreto, el hombre de carne y hueso de don Miguel de Unamuno, carecía de cualquier significación, en vez de existente era tratado como un inexistente.

    El existencialismo se  propuso reivindicar la vida concreta de ese hombre concreto; se propuso negar esa visión despersonalizadora y desintegradora de las existencias humanas, que venía imponiéndose en los últimos años dentro del pensamiento filosófico occidental. Y no solo en la filosofía sino en la teoría política empeñada en la colectivización de la existencia humana, que a si mismo se apoyaba en las nuevas formas y en las nuevas técnicas productivas. (Continuará).

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