¿Es posible vivir juntos y sentir el nosotros?

mateo mala horaMATEO MALAHORA

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Conversando, una buena tarde al despuntar el día, con mi entrañable amiga Cynthia, en Calahonda, playa de Motril, Granada, España, me hablaba sobre el cómo se ha ido minando, desde arriba, la solidaridad social, en nombre del poder popular y el socialismo.

“La participación política directa ha sido sustituida por las redes virtuales, como una prolongación fantástica de lo real, fortalecida con el uso de la imagen y asistimos a una época donde el nuevo sujeto histórico es el ciudadano digital, que como un sujeto encadenado no puede entender la mutación tecno-cultural, propia de la globalización neoliberal, aunque le parezca elemental y sencillo el equipamiento urbano de la telaraña tejida por las nuevas comunicaciones”.

La expresión, que hoy recojo, es patética, porque esa idea de vivir juntos, social y políticamente, fue una propuesta fraterna de la modernidad, hecha añicos, en su última fase, por la economía depredadora y el uso desarticulador de la virtualidad.

El nacimiento de la fábrica, la aparición del humanismo burgués, que expulsó a los pobres de sus presupuestos morales; los movimientos políticos de los intelectuales europeos; las nuevas rutas que acercaron el mundo, la expansión de la hora mundial; la hegemonía del pensamiento cultural; la mundialización de las enfermedades infectocontagiosas; los procesos de urbanización provocados por las guerras y la industrialización; el crecimiento del mestizaje, los nuevos saberes y conocimientos, concentrados en las universidades; el mito de la superioridad europea; la libertad para elegir y la existencia de ciudades, como en América, donde convivían burgueses, nobles, campesinos, indígenas, negros, mestizos, desarrollaron un nuevo concepto de sociedad, irónicamente sin fusión e integración social.

La maravilla y fascinación de Europa, cuna de las humanidades y el derecho, fraguada con la explotación, el desprecio y el sometimiento, legitimadores de un nuevo tipo de esclavitud; tiempos en que el título de doctor en derecho y ciencias políticas se obtenía cursando un año de estudios universitarios o realizando un viaje al exterior, en viaje de negocios o turismo, a Madrid o París.

Sobra imaginar que a los blancos, indígenas, afros y mestizos, sin prestigio económico y social, les estaba vedado ser profesionales y ascender a los círculos elitistas del poder político y social.

El mito de “la liberté, égalité, fraternité”, proclamado durante la Revolución francesa, que hace parte de nuestro patrimonio político, se convirtió, a la postre, en una estrategia de los poderes fácticos e institucionales que perpetuaron el sainete civilizatorio de la democracia.

Logros como el reconocimiento de la igualdad de todos los seres humanos, el derecho de libertad de conciencia, como derecho básico del sistema democrático, la libertad de expresión, la supresión de la pena de prisión por deudas, respeto por la presunción de inocencia e igualdad ante la ley, fueron algunas de las conquistas de los Derechos del Hombre, convertidos, hoy, en mitos que hacen parte de las falacias políticas para gobernar.

Idénticos fraudes con distintos logos, nuevos carnavales electorales con diferentes actores y titiriteros, que fungen como demócratas y hablan de “progreso, bienestar, salud, educación, justicia y oportunidad para todos”, en el teatro de la política, el melodrama del engaño y la simulación.

Cynthia agregaba: “No existe en los regímenes capitalistas ninguna sustancia, ningún elemento físico y moral que asegure la hermandad, y si se trata de hablar del contrato social, ni se diga, se encuentra roto desde el mismo momento en que cayeron las cabezas de los nobles al conjuro de la guillotina”.

“Hoy la guillotina es la pobreza que cae despiadadamente sobre la cabeza de los españoles, incluida la clase media”.

En conclusión, es evidente que el nosotros, como reciprocidad económica y social, no existe, es apenas una mascarada política que oculta la inviabilidad histórica de nuestro modelo democrático.

La tesis de la participación y la representación democrática ha devenido en la suplantación, mientras que para legitimar su existencia se ha dejado a los ciudadanos el ritual embrujador y hechizante del sufragio, en tanto que el milagro de los panes y los peces, la abundancia del vino, el erario, las prebendas y beneficios del Estado, cumplen con la función exclusiva de saciar la voracidad enfermiza de los poderosos.

¿Vivir juntos? Suena agradable política y socialmente, como ocurrió durante la Revolución Francesa, pero vivir juntos con quienes tienen tendencias caníbales y han probado, en el ejercicio del poder, que son amigos de lo ajeno, crueles, salvajes y bárbaros, resulta un alto riesgo que atenta contra el derecho a la felicidad, por lo menos para las personas que al lado de nosotros justifican nuestra vida y existencia.

Por ahora tenemos claro, como en España, que no existe un engrudo, ni una goma, ni una sustancia conceptual y política que produzca la fascinación que se necesitan para “cambiar el mundo”, lo que no significa que la gozosa esclavitud neoliberal sea eterna. Hasta pronto.