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    En tiempos de cuarentena, lectura

    DONALDO MENDOZA

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    En este obligado tránsito de la cuaresma a la cuarentena, por cuenta de un ser venido del microuniverso con el calamitoso nombre de Virus, los mensajeros de distintos medios de comunicación han coincidido en sugerir una terapia para sobrellevar las horas lentas de este cuasi arresto domiciliario: ver películas. Signo de nuevos tiempos. Salvo que esa aparente panacea puede ser un adecuado medicamento para niños y jóvenes, pero no para la ancha franja de los adultos mayores de sesenta años.

    Los niños y jóvenes mascando chicle o comiendo crispetas pueden ver películas hasta de tres horas de duración; en cambio, el adulto mayor en media hora ha caído ya en un sueño profundo, vencido por la seductora luminosidad de la pantalla y los ojos fijos en ella. La opción adulta vuelve a ser un signo que ya parece del pasado: la lectura. Esta sí, la infalible panacea de todos los tiempos. Conviene entonces recordar algunos de los provechosos efectos de ese ejercicio espiritual.

    Las novelas, la poesía, el ensayo literario o científico, las biografías…, cada uno de estos géneros encontrará sin duda el lector que merece. Y quien tiene el hábito, o está en ese camino, sabe o intuye que es posible reencontrarse con la vida en un libro; y cómo no, con la subsiguiente revelación de comprenderla mejor. Un buen ejemplo de “comprensión” fue el efecto catártico de la tragedia griega o shakesperiana (Edipo, Ifigenia, Hamlet…). Que hoy, como ayer, se puede vivenciar en una novela, un ensayo, un poema (recuerdo la epifanía sentida cuando leí por primera vez el poema “La ciudad”, de Constantino Cavafis; otro lector pensará en aquel libro lúdico, el Decamerón, que fungió de vacuna para la cura de una pandemia muchísimo peor).

    Ahora que la conversación no sale del círculo vicioso de eventos que devoran la atención y quizá el interés del momento: la ñeñepolítica, el COVID-19 y otras monotonías, leer, en el sentido que aquí se teje, se convierte en la tabla que salva. Cómo no, para olvidar un pesar, una congoja, nada mejor que la virtual conversación con los escritores y/o pensadores de antes, o de hoy, que también los hay. Hallarlos no es difícil, una pregunta bien hecha a Google abre un abanico de autores y obras, ideales para sumarles a las horas el sinónimo de la dicha.

    Y quiero terminar la invitación implícita en estas breves líneas con la sabia paradoja de la lectura de ficción. En efecto, si bien las novelas –las buenas– son historias inventadas por la imaginación, sus autores son seres visionarios que logran el prodigio de hacer más verdaderas sus historias que si hubiesen sucedido realmente en el día a día de nuestra enajenante realidad.

    Aparte de ser el más sano de los pasatiempos, la lectura dignifica, es fuente de placer y hasta nos puede hacer personas libres. Y, quizá lo más importante para el adulto mayor, aleja la presencia de ese fantasma que no quisiera nombrar: el Alzheimer.

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