En la tierra del NO

HÉCTOR RIVEROS

@hectorriveross

El cruel asesinato de tres jóvenes geólogos en Antioquia nos ha puesto brutalmente en el escenario al que inevitablemente estamos abocados por no haber sido capaces de derrotar a quienes de un lado y del otro se han negado a permitir cerrar la confrontación que nos ha costado tanto durante cinco décadas.

Esas desgraciadas manifestaciones de violencia no son, como lo dijo Álvaro Uribe en su twitter, consecuencia de “la paz de Santos”, sino de no haberla terminado de hacer. Ese es el resultado de quedarnos a medio camino. Por fortuna es por ahora un rezago y no una situación generalizada que sería en la que estuviésemos si no se hubiera logrado el acuerdo o peor aún si después de alcanzado se hubiera tirado a la basura como lo querían los que promovieron el NO en el plebiscito de octubre de 2016.

De cumplir el acuerdo sorprendentemente nadie habla. El Presidente Duque siempre hace énfasis en su compromiso con “la desmovilización, el desarme y la reintegración” de los miembros de las FARC pero no de cumplir lo pactado que es mucho más que eso.

Se acordaron, además, una reforma política y un programa de desarrollo rural integral de los que nadie habla. Ahí hay unas ideas, seguramente insuficientes y perfectibles, para encauzar la disputa política hacia la democracia y para generar condiciones que saquen a grandes sectores de la población colombiana de la marginalidad, los incorpore al desarrollo y sobre todo los libere de las economías ilegales que mantienen vivas las violencias.

Perecemos condenados a revivir la confrontación que es el método con el que los promotores del NO creen que se cierra el conflicto cuya existencia niegan.

Los combates en Tumaco para tratar de dar con alias Guacho con todo y sus efectos en la población civil y los soldados heridos, el asesinato de los geólogos en Antioquia, el deterioro del orden público en el Norte del Cauca, o la situación del Catatumbo son todos hechos derivados de la incapacidad que hemos demostrado como sociedad de cerrar ése conflicto.

En la tierra del NO, no se generan condiciones para que campesinos de vastas regiones tengan como generar riqueza sin sembrar coca. En la tierra del NO asesinan a los líderes sociales mientras el Ministro de defensa los acusa de estar financiados por las organizaciones que los mata.

En la tierra del NO, no hay ni una sola idea creíble y viable, con resultados en el corto plazo, que modifique la situación del Pacífico o de cualquiera de las otras zonas que mantenemos condenadas a la marginalidad.

Claro que en las FARC había un sector dedicado exclusivamente a narcotraficar y han persistido en eso, pero de éste lado hay quienes insisten en derogar el acuerdo, en proteger a los despojadores de tierra, en negar los delitos que cometió la fuerza pública, en rechazar la reparación a las víctimas.

Hay que ver el revuelo que se generó en contra de la decisión de una Corte de reparar a unas familias que perdieron a algunos de sus miembros en el brutal atentado contra el Club El Nogal de Bogotá. Que es insólito que el Estado tenga que reparar decían como si además fuera la primera vez que se reconociera.

Asesinos les gritan a los miembros de la Farc que cumplen con el acuerdo en el Congreso de la República como si eso no sirviera de justificación a los que aprietan el gatillo en lugares que los que vociferan califican de “apartados”.

Para que el acuerdo con las Farc resulte exitoso se necesita, claro, compromiso de los miembros de esa organización con la verdad y la reconciliación y no sirve inventar excusas para dilatar su comparecencia a la JEP o seguir exaltando a los victimarios, pero también se requiere un Estado dispuesto a cumplir y una sociedad abierta a generar un ambiente adecuado para la transición.

Aunque por distintas razones, las disidencias de las FARC y los del NO están del mismo lado: creen que hay persistir en la confrontación, los unos por cuidar sus economías criminales, los otros porque están convencidos que la derrota militar es que dejará “la verdadera paz”.

Hemos sido mediocres también los que estamos del lado de la negociación porque no hemos podido lograr que la mayoría de la sociedad colombiana acepte unos argumentos que parecieran obvios y que sin embargo son rechazados por muy amplios sectores de opinión. No fuimos capaces de crear un ambiente favorable para el SI y, todo indica, que nos tocará vivir unos años más en la tierra del NO.

Volvimos rápido a la ética de la guerra: las bajas se celebran como grandes triunfos, los combates son muestras de patriotismo y nuestros muertos los recibimos con orgullo porque son héroes.