Embrujamiento político

Roberto Rodríguez

ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ

Docente Universidad del Cauca

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Hemos pasado del “discreto encanto de la (pequeña) burguesía” que vivimos en los años 70s y 80s, ejemplificado en las escenas de una elegante pero engañosa comida familiar en un restaurante de moda, al brutal ensimismamiento del embrujo guerrerista y autoritario –muy traqueto y descarnado- en que vivimos desde los años 90s – 2000s, y que se ejemplifica en los hechos concretos de este modelo de democracia que nos impide hasta ciertos toques de refinamiento en las comidas familiares.

Ni el gran Buñuel podría ahora hacer una película surrealista sobre la actual realidad social colombiana, mucho más trágica que todo lo que se pueda mostrar en una pantalla.

Aunque personas y grupos estén avanzando en sus rupturas con el embrujamiento político conservador, a partir asumir nuevos retos y enfoques, todavía la gran mayoría de colombianos sigue presa de vergonzosas intolerancias que se originan en temores y engaños puramente electorales, amplificados en las redes sociales.

En otro lado se acaba de votar “por un presidente fuerte para un país fuerte”, a pesar de ser corrupto, violador de los derechos humanos, de sus políticas regresivas, de su anulación de la oposición política, de sus censuras a la prensa. Tuvo un respaldo del 80%, real pero que no es normal, no es posible confiar en que así las cosas mejoraran. Podría pasar aquí también.

La gente tiene obsesión por las tradiciones violentas, posee creencias que no están dispuestos a cambiar sin importar los argumentos. Muchos, si no fueran conservadores se sentirían anulados cultural y socialmente, porque piensan que “así han sido siempre las cosas”.

El héroe político es el tradicionalista, amante de la fuerza, que no arriesga nada pero todo lo critica, que hace culto a las leyes pero está dispuesto a violarlas a cambio de beneficios personales. Se adora héroe, al dinero y a las historias de quienes se han enriquecido legal o ilegalmente, y no se reflexiona ni lo más mínimo sobre ello. Todo se justifica con el criterio real o falso de “proteger a la familia” (la sagrada familia), estrategia manipuladora para evitar cambios.

Las ciudadanías son indiferentes, no vigilan, no tienen vocaciones de poder, solo exigen alguna necesidad inmediata, no son capaces de unirse para frenar a quienes las desangran realmente. Las élites tienen un miedo tremendo a lo que podría pasar si se permiten los derechos y las libertades, y trasladan esos miedos a todos los ciudadanos, que los hacen suyos.

Este actuar es profundamente populista, presenta soluciones inciertas, llenas de promesas y engaños, frente a los problemas socialmente relevantes que –literalmente- les han quedado grandes a los políticos. Se heredan ingobernabilidades e ilegitimidades, que llegan a las personas a quienes parecen gustarles irreflexivamente.

Quienes no piensen o actúen de esta manera son –por supuesto- condenados sin ningún juicio, atribuyéndoles la defensa de una “izquierda radical” que hace mucho rato no existe en Colombia. Lo que si abunda es una “derecha radical” que seguirá en el control poder del Estado, y embrujando a las mentes débiles.