El último crepúsculo

Palabras leídas en el Homenaje ofrecido por la Corporación Universitaria Comfacauca al poeta y maestro Giovanni Quessep.

Por: Diego Román

“L’amor che move el sole e l’altre stelle”.

Dante Alighieri

Giovanni Quessep fue motivo de un homenaje a su vida y obra como poeta y literato. / Fotos suministradas – El Nuevo Liberal.

Salvar lo bello por encima de la luz y de la noche, querer callar el dolor de un cuerpo con el movimiento de las piedras, cantar un latido mientras el pájaro da vueltas perdido en el aire, danzar a solas con la certeza de que un mágico esplendor los atraviesa, y sentir cómo un abismo teje su propio rostro… Así, el poeta ha atrapado el vuelo, es el viento mismo, es el viaje inaudible que purifica la sangre, está en todas partes pero prefiere permanecer en quietud, recibiendo los mensajes que vienen del Olimpo, quizás con un destino trágico entre los Arpegios de Orfeo y el extravío de Ulises en el mar y las estrellas.

Giovanni Quessep pudo cantar este reflejo dual a través de la palabra que se transforma invisible en música, sólo quería una canción para la vida, de ahí éstos versos: “…ahora nadie me conoce/ todos se alejan de mi alma. / No sé qué camino seguir / ni a quién decirle que me ame / mis ojos miran la floresta / y estoy cansado y se hace tarde… / Estoy cansado de llamar / pero nadie me abre sus puertas”.

He ahí la “nostalgia de vivir sin saber de qué palabra fuimos inventados” como lo dice en su poema Mientras cae el otoño, de su libro ‘El ser no es una fábula’; es ese estado de quietud que el alma potencia a solas, mientras en el interno, el ser vive la poesía e imagina infinitos y semillas, es como decir que aquel barquero del Aqueronte prestara sus remos y así pudiera liberarse escuchando el sollozar del poeta, mientras con la mirada profunda se despide sobre las estrellas.

Otros autores de la comarca acompañaron a Giovanni Quessep durante la velada de homenaje.

El poeta es un clarividente dionisiaco como Arthur Rimbaud, un caminante luciferino como Charles Baudelaire, un amante de la belleza que ha “crecido en brazos de los dioses” como Friedrich Hölderlin, un silencioso místico como Rainer Maria Rilke, es todo el misterio desde su origen hasta su caída, es la posibilidad de crear espacios, deseos, nombres, signos, memorias, como lo haría Ítalo Calvino en la ciudad Anastasia, donde ningún deseo se pierde, o como lo haría Homero al contar que existe una estratagema que se teje y se desteje con las manos de Penélope como símbolo de esperanza y espera, como un palpitar de estrellas.

Giovanni Quessep es aquel que nos recuerda que lo bello aún existe, que el milagro y la imaginación son construidos desde la lluvia y sus relámpagos, esa sensibilidad que no rompe el espejo sino que lo traspasa para verse así mismo, y no los fragmentos que una vez le contaron que quizás pudo ser. Él da la respuesta a la pregunta de Holderlin: “¿Para qué poetas en tiempos aciagos?, mientras sus versos fluyen en la conciencia de todos: “Hay otra forma de vivir / pero seguimos aferrándonos al acantilado / sobre la espuma del mal / Seguramente alguien nos dio/ el mar de danza irrepetible: / Nosotros escogimos la roca de la culpa de donde no podemos mirar cielo ninguno”; He ahí la cura para el tedio, para el odio, para el aburrimiento, esa pérdida de sentido de vida que muchos jóvenes tienen, ese vacío que los limita y los vuelve esclavos de las imágenes, de la moda, siguiendo tendencias, imitando la mano que los borra. Roberto Juarroz respondería a esta inquietud poética afirmando: “hay que mantener encendido, de alguna manera, el fuego profundo del hombre, cuando nadie ya parece reconocerlo. ¿Para qué poetas en tiempos aciagos? Tal vez para mantener en el silencio la grandeza de la capacidad creadora del hombre.”

Un gran cineasta Andrei Tarkovsky en su libro Esculpir en el Tiempo se preguntaba algo similar en un mundo moderno: “¿Para qué existe el arte? ¿A quién le hace falta? ¿Hay alguien a quien le haga falta?, En cualquier caso, para mí no hay duda de que el objetivo de cualquier arte que no quiera ser «consumido» como una mercancía consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana. Es decir: explicarle al hombre cuáles el motivo u el objetivo de su existencia en nuestro planeta. O quizá no explicárselo, sino tan sólo enfrentarlo a este interrogante”.

Esa es la misión del Poeta, Salvar lo bello por encima de la luz y de la noche, querer callar el dolor de un cuerpo con el movimiento de las piedras, cantar un latido mientras el pájaro da vueltas perdido en el aire, danzar a solas con la certeza de que un mágico esplendor los atraviesa, y sentir cómo un abismo teje su propio rostro, como lo hace Giovanni Quessep mientras regresa a casa con un último crepúsculo contemplándolo.



El autor del artículo

Diego Román es un escritor payanés, docente de la Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales, Arte y de la Educación de Unicomfacauca, docente investigador de la Maestría en Educación de la Universidad de Manizales, Instructor en el Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Educación y Jornada Escolar Complementaria de Comfacauca.

Ha publicado los siguientes libros: ‘Del Triángulo a la Noche’ (2010), ‘Poemas Uránicos’ (2015), ‘We Humans: an international anthology of poetry’ (2018), ‘BASARA o El Libro de la Alta Magia’ (2019) en proceso…

Ha realizado recitales poéticos en Indonesia, Alemania, México, Argentina, Chile, Venezuela, España, Cuba, entre otros.