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    “El día del odio” en nuestra literatura

    ELIZABETH CASTILLO GUZMÁN

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     “Cuando Tránsito estuvo en edad de servir, a los quince años, su madre la condujo a la ciudad para colocarla en alguna casa. No sólo dejaría de ser gravosa para su familia, de labriegos humildes, sino que ayudaría con su salario a reparar las pérdidas que las heladas o el verano causaban en la pequeña sementera de dos hectáreas”

    Este párrafo inaugura la magistral novela “El día del odio” escrita en 1952 por Jose Antonio Osorio Lizarazo, para narrar la génesis de la violencia que tuvo lugar antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. El valor histórico y literario de esta obra reside en que da cuenta de una época signada por el desprecio hacia el pueblo o “chusma” -como se decía entonces para referirse a la gente más humilde- y demuestra que el gaitanismo más que un fenómeno partidista, fungió como ideología entre una muchedumbre sentenciada a la marginalidad perpetua por el sistema de castas imperante en ese entonces. Los gaitanistas eran ese mismo “populacho” descendiente de los soldados de los ejércitos libertadores de Bolívar, que con el paso del tiempo se convirtieron en “el pueblo”.

    Tránsito la protagonista de la novela, es una campesina convertida en sirvienta para una familia bogotana en decadencia económica. “Esa india” como se denominaba a la empleada doméstica, debe enfrentar sucesos dramáticos de maltrato por su condición cultural y de clase. Inculpada injustamente como ladrona, Tránsito es arrojada al agresivo mundo callejero bogotano donde la rabia se domaba con una jerga política que daba esperanza a los más humildes y condenaba a los ricachones. A finales de los años cuarenta en esta ciudad confluían por sus calles adoquinadas los cachacos ilustrados y finamente vestidos, los campesinos migrantes y de ruana, las mujeres envejecidas en sus pañolones de pobreza y hambre, y las gentes creyentes que rezaban para que el siguiente día hubiera que comer.

    ‘El Día del Odio’ contiene grandes lecciones sobre nuestra historia política y social reciente, pero sobretodo recoge la memoria, la mentalidad y el lenguaje de un tiempo signado por la falsa ilusión de un progreso a usanza europea, que llevó a delinear una reducida nación moderna, de cuyo mapa quedó excluida la mayoría de la población. Los personajes de esta novela y sus historias cruzadas, descubren la condición humana al interior de una sociedad tremendamente desigual, cuya redención idealizada viene de la figura y oratoria castiza de un líder carismático, reconocido como “hijo del pueblo” y apodado “el negro Gaitán”.

    Las lecciones del 9 de abril de 1948 requieren muchos días y muchas horas de reflexión, sobre todo si el propósito es comprender para no repetir el oscuro período de violencia e intolerancia política del siglo reciente. La trascendental tarea de enseñar críticamente a las generaciones más jóvenes esta larga travesía, podría lograrse mejor si conocemos a fondo los hechos y no solo la anécdota. Para ello contamos con un patrimonio literario diverso en géneros y estéticas.

    Esta literatura de los muchos “día del odio” constituye un variado campo de novelas, cuentos, crónicas periodísticas y obras de teatro. Algunas privilegian la voz de las víctimas, su psicología; otras el perfil de los victimarios, la naturaleza de las múltiples violencias sean estas legales e ilegales, o las formas de resistirlas.

    Cóndores no entierran todos los días (1971) de Gustavo Álvarez Gardeazábal; El Cristo de espaldas (1952) y Siervo sin tierra (1954) de Eduardo Caballero Calderón; El día del odio (1952) de José A. Osorio Lizarazo, La selva y la lluvia (1958) de Arnoldo Palacios; Viernes 9 (1953) de Ignacio Gómez Dávila, La Calle 10 (1960) de Manuel Zapata Olivella (1960), Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón (1975) de Alba Lucía Ángel, El cadáver insepulto (2005) de Arturo Alape y El incendio de abril (2012) de Miguel Torres, son algunas de las más notables piezas de este archivo literario. Ojalá algunas de estas obras sean parte del plan de lectura de nuestras instituciones educativas, pues la tarea consiste en comprender cómo y porqué razones se produjo esta violencia histórica entre nosotros, para vislumbrar el camino de la no repetición.