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    El cumpleaños de la tía Neyla

    HAROLD MOSQUERA RIVAS

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    En la ciudad de Valencia, España, vive la tía Neyla, una campesina chocoana que en la década de los cincuenta llegó a Cali en busca de un mejor futuro, se enamoró y procreó tres hijos, dos mujeres y un hombre, en ese orden. Por haber laborado como auxiliar de servicios generales en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, en el año 1994, la Caja Nacional de previsión Social (hoy liquidada), le reconoció su pensión de jubilación equivalente a un salario mínimo legal vigente. Perdió a su hijo menor en medio de un proceso en el que el adolescente cayó en la adicción de las drogas y terminó en las calles de Cali en la indigencia. Cuando contaba 27 años fue asesinado en medio de una confrontación propia del mundo de quienes viven en la calle.

    La tía sufrió desde entonces un dolor tan profundo que aún no puede superar, a pesar de haber pasado tantos años.

    El pasado 19 de septiembre de 2019 la tía cumplió 88 años de edad y los celebramos con alegría, verificando de vez en cuando que el alzhéimer le está afectando ya la memoria, pues pidió licencia para cantar una canción e interpretó con emoción sentida el tango: “Tiempos Viejos”, ese que dice: “Te acordás hermano qué tiempos aquellos…”, al terminar su interpretación en medio de aplausos, recordó sus tiempos mozos, cuando soñaba con ser una cantante famosa, a los pocos minutos, pidió nuevamente la palabra para decir que quería cantar una canción y de nuevo cantó Tiempos Viejos, la aplaudimos igual que la primera vez y la tercera vez.

    Ella nunca supo que repitió 3 veces la misma canción, pero los asistentes a la celebración nos mirábamos preocupados, mientras fingíamos que todo estaba bien. Al final de la reunión, la tía me pidió que por favor la llevara a Colombia conmigo, pues no quería morir en tierras extrañas, en medio de gente que no era la suya.




    Al consultar el tema con su hija mayor, que es con quien vive, esta me manifestó que eso era imposible, en primer lugar, por la dificultad que representaba conseguirle una autorización para subirse a un avión y, en segundo lugar, porque su hija menor en Colombia no podía hacerse cargo de ella, por diferentes razones. Al final, me tocó explicarle a la tía que por ahora no podía viajar a Colombia, pero por cuenta de su enfermedad, me volvió a pedir en otras 5 ocasiones que la llevara conmigo, a lo que nuevamente respondí, de la misma manera, como si nunca me lo hubiese solicitado.

    Comprendí entonces la tragedia que a veces suele padecer una persona enferma, cuando sus parientes cercanos no pueden o no quieren hacerse cargo de ella y hasta llegan a pelearse por esta razón, algunos terminan abandonados en un hogar de ancianos, en medio de personas que nada tuvieron que ver con sus vidas, donde muchos mueren de tristeza y de nostalgia, antes que de viejos. Al despedirme de la tía, le di un abrazo y un beso, sintiendo pasar por mi cuerpo una extraña corriente, como anunciando que era sería la última vez que viera viva a mi querida tía, igual que en el tango tiempos viejos, di vuelta a la cara y me puse a llorar.