Educar

DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS

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Cuando apenas nos despertamos de la placidez de la infancia que a través de la familia nos inculca los más significativos valores que orientarán nuestra vida más adelante, el educador se convierte en el guía, el orientador de nuestras más tempranas aptitudes en ese segundo hogar que es el colegio, y es el portador del saber que nos descubre en los albores de la existencia la magia de las palabras y el encanto de los números.

Pero tal vez donde más queda marcada esa huella indeleble del educador, la señal inconfundible y evidente es en el comportamiento y acciones futuras. Si la familia se constituye en el pilar sólido que estructura la formación de una nueva generación, el educador moldea y le da forma al conjunto de valores que aprendemos en el hogar, los afianza, los decanta y los fortalece. De ahí la importancia esencial del educador en la formación del futuro ciudadano que va a engrandecer con su aporte el entorno social.

La docencia se convierte en un apostolado cuando la presencia del educador debe llegar a los más lejanos parajes de la nación. Allá en esas tierras lejanas donde el estado brilla por su ausencia y las condiciones de vida de muchos colombianos son precarias, allá hay un educador dispuesto a transmitir sus enseñanzas y trasladar la semilla del conocimiento a quienes apenas se asoman a las fuentes del saber. Y es entonces cuando nos damos cuenta que la docencia obedece a una verdadera vocación, ya que la situación de muchos maestros, principalmente del sector rural es verdaderamente angustiosa ya que debe responder a una serie de requerimientos que tienen que ver con su propia subsistencia, dificultades de orden público y con unos salarios precarios e insuficientes.

Pero es que la verdadera remuneración de esa loable profesión no la encontramos en el salario, ni en las condiciones de trabajo, ni en las ventajas comparativas laborales. Es algo mucho más valioso y significativo para el universo interior, la enorme satisfacción de ver prolongado, proyectado y multiplicado el conocimiento que le permitirá al infante de primaria, al adolescente de la secundaria, al joven universitario y al profesional de la especialización aplicar lo aprendido en la vida cotidiana.

Entonces el antiguo alumno se acordará de su orientador y le dará el más significativo y gratificante aliciente, motivación a su labor, le dirá: “Muchas gracias por lo aprendido, profesor”.