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    Editorial: Entre la solidaridad y la caridad

    Desde que inició la pandemia a causa del acelerado proceso de propagación del Covid-19, se desempolvo una palabra bastante olvidada en el planeta, debido al predominante modelo económico y social centrado en el individualismo, el egoísmo y en el poder per sé, la palabra: Solidaridad, la que en los diferentes países comenzó a utilizarse para contrarrestar los efectos directos y colaterales que se derivarían del agudo problema de salubridad pública que se vendría, ante la ausencia de una vacuna y la incertidumbre sobre el día en que se pueda obtener, así como el déficit de infraestructura hospitalaria que exigiría un adecuado tratamiento al sin número de pacientes críticos, realidad que quedó evidenciada hasta en países desarrollados como Italia, España y Francia en el Europa y Estados Unidos y Brasil en América, los cuales han registrado el mayor número de contagiados y muertes por el fatal virus.

    Todos los países, como se había actuado en situaciones similares pasadas y por recomendaciones científicas sobre el comportamiento de este tipo de pandemias, implementaron el aislamiento obligatorio o cuarentena, para reducir al máximo el contacto entre las personas y por ende el contagio. Unos países, con mayor visión, declararon rápidamente el aislamiento en todos los aspectos que favorecieran el no contagio, lo que les ha generado mejores dividendos para su población, mientras que otros, pensando más en las afectaciones de tipo económico que se presentarían ante tal iniciativa, lo hicieron mucho más tarde, reportando hoy cifras alarmantes en contagios y muertes; en nuestro caso, el gobierno nacional no actuó con la celeridad de los primeros ni tampoco con la tardanza de los segundos, lo que ha hecho que hoy registremos indicadores moderados de contagios y muertes.

    En este estado, derivado del aislamiento obligatorio, la solidaridad ha sido central, fundamentalmente aplicada al criterio del cuidado personal, el cual al generalizarse y actuar con responsabilidad favorece a la persona y a su entorno; es decir, que, si una de las partes falla, el esquema pierde sentido y los objetivos trazados de contención de la propagación se dilapidan, con las consecuencias trágicas ya conocidas. Aquí la solidaridad, siendo un sentimiento o valor individual, tiene su verdadero sentido en lo colectivo.

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    Hoy se prórroga el aislamiento obligatorio por dos semanas, la cual tiene una característica especial: permitir el desarrollo de algunas actividades económicas para retardar en algo el impacto de la profunda recesión que se nos avecina, como consecuencia de la inevitable recesión mundial prevista para este año. Flexibilización que si no es asumida con la responsabilidad debida, lo logrado hasta ahora, en la contención del contagio, se derrumbará quedando atrapados en una situación mucho más calamitosa, lo que llevaría a retomar un aislamiento más drástico y, con ello, ver más remotas las posibilidades de recuperación económica.

    En este escenario vuelve y juega la solidaridad y se ponen al escrutinio sus prácticas, pues si bien es cierto que se han adelantado y vienen adelantando una serie de acciones enmarcadas en este concepto, no podemos dejar de plantear que, en no pocas actividades, la solidaridad expresada en auxilios y entrega de víveres o mercados a los más vulnerables, ha estado mediada por censurables prácticas de corrupción, también por posturas que confunden la solidaridad con la caridad, dos conceptos aparentemente iguales, por tener algo en común: la ayuda a los demás, pero esencialmente diferentes en el sentido profundo de sus significados, ya que la caridad tiene un componente paternalista y no anhela transformar una realidad, es simplemente una forma de atenuar o aliviar una situación dolorosa, mientras que la solidaridad está acompañada por un sentimiento de justicia social y de equidad.

    Es imperativo trabajar entonces sobre el verdadero concepto de la solidaridad, como el camino para no deberle a nadie nada y potenciar la capacidad de las gentes para apropiarse de su destino con dignidad, para no caer en actitudes mendicantes, sobre las que se fortalecen y consolidan prácticas clientelistas, que tanto daño nos han hecho como sociedad.

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