¡Del terremoto de Popayán a Mocoa!

ÁLVARO ORLANDO GRIJALBA GÓMEZ

Decano de la Facultad de Derecho Ciencias Sociales y Políticas de Uniautónoma del Cauca.

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Eran las 8:15 de la mañana del Jueves Santo 31 de marzo de 1983, y aún recostado comenzaba a leer las primeras páginas de nuestro Diario El Liberal, cuando oí un ruido sordo y estremecedor bajo mi cama y la tierra comenzó a temblar, las cosas de mi cuarto se movían de un lado para otro, la biblioteca se vino encima, salí corriendo y grite: “ está temblando está temblando”, para alertar a mi familia que se encontraba durmiendo en el segundo piso de la casa; las vajillas de mi madre se volvían añicos, los cristales y los cuadros se desprendían de las paredes y las lámparas del techo caían. De esto hace ya treinta y cuatro años.

Fueron 18 segundos de patético e impresionante pánico, ante la furia de la naturaleza que descargaba sus fuerzas sobre nuestra Ciudad que dormía tranquila ese Jueves Santo de tragedia, y la dejó devastada, asolada y arruinada con más de trecientos muertos, 10 mil damnificados y destruida en su casi totalidad.

Mi madre clamó: “mi mamita mi mamita debe estar en la Catedral”. La abuela madrugaba todas las mañanas a sus misas diarias en San Agustín para orar a las imágenes del Espíritu Santo que reposa en uno de los altares laterales de esta centenaria iglesia y luego pasaba a la Catedral para concluir su periplo oratorio diario.

Abrí la puerta de la casa y salí corriendo como pude a buscar a la abuela, y vi como los techos de las casas vecinas se hundían levantando columnas de polvo y las gentes aparecían de ellas heridas espantadas y sangrantes algunas.

Miraba a lado y lado, la destrucción era terrible, Santo Domingo sin cúpula, el hotel Limberg destruido, la alcaldía y todo el centro en ruinas, llegué a la Catedral su cúpula se había venido abajo, allí encontramos a la Abuelita Filomena muerta bajo sus escombros, de rodillas sus manitas unidas en señal de oración; fueron casi un centenar de fieles los que fallecieron en esta Basílica Menor de Nuestra Señora de la Asunción.

Todo fue terrible, 18 interminables y eternos segundos que no dieron oportunidad a casi nadie de saber que era lo que realmente ocurría, y a las más de trescientas víctimas fatales de poder salvarse.

El sismo fue de una magnitud de 5.5 en la escala de Richter y variaciones de grados VI y IX en la escala de Mercalli, a unos 4 kilómetros de profundidad, lo que demuestra la sismicidad histórica de nuestra ciudad, frágil para este tipo de eventualidades y sobre las cuales junto a las de las no descartables avalanchas de los ríos Cauca y Molino que puedan ocurrir también, deben fijarse unas claras políticas de gobierno de prevención de estos posibles riesgos.

Luego vienen dos tragedias anunciadas. Las de Armero y ahora la de Mocoa, cuyas imágenes nos muestran la destrucción de casi media ciudad, con las terribles escenas de muerte, desaparición, llanto y dolor de centenares de familias que perdieron a sus seres queridos, sus casas y todos sus bienes arrastrados por la saña de esa corriente de lodo, piedras y palos, de esta tragedia anunciada, que se lo llevó todo y hoy despierta la solidaridad del mundo entero.

Cuando veo las enormes piedras, hermosas por cierto, que se encuentran en el cauce del Rio Cauca, pienso de dónde salieron estos bellos monumentos naturales, e inmediatamente las relaciono con una avalancha que debió haber ocurrido muchísimos años atrás, siglos quizá, de la cual no tenemos noticia, porque esas piedras por obra sobrenatural no llegaron allí.

El Cauca atraviesa en más de 10 kilómetros nuestra urbe, alcanzando a tener hasta cuarenta metros de ancho y a nuestro municipio entran los ríos Molino, Piedras, Vinagre, Negro, Ejido, Blanco, Hondo, Saté, Palacé, Clarete y Pisojé y muchísimas quebradas más.

Lo ocurrido en Mocoa con la cual estamos solidarizados todos, es una voz de alerta para muchas regiones del país, especialmente para nuestra ciudad, donde el Molino inundó hace poco la galería del barrio Bolívar y causó daños y zozobra en la ciudad por su recorrido.

Nuestro buen Alcalde, con la oficina de prevención al riesgo, con asesoramiento técnico y de otras entidades, debe estar muy pendiente pues de estos trágicos hechos, terremotos y avalanchas nuestra ciudad nunca ha estado exenta.

Nota: Un saludo especial de bienvenida a los payaneses que por estas épocas de Semana Santa regresan a nuestra amada Ciudad, y a los centenares de turistas que ya empiezan a llegar y nos visitan igualmente con este sacro motivo.