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    De niños, signos y símbolos

    ELKIN QUINTERO

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    Los adultos son criaturas llenas de caprichos y secretos

    Roald Dahl

    La cultura de las letras debe retroceder muchos años para llegar al tiempo en el cual los libros que leían los niños, pese a constituir su pasillo de entrada al universo de la ficción carecían de la aureola de lo literario, y se les permitía estar ausentes de la crítica de los eruditos y la ciencia literaria.

    Pero hoy, muchas editoriales y figuras del mundo editorial deben escuchar los debates teóricos sobre los conceptos de literatura, fantasía y sobre sus métodos de análisis y fines de la lectura y reconocer que estos ya no ocupan las páginas centrales de los diarios en el siglo XXI. Hoy se abre paso la concepción de la literatura como un producto comercial y no cultural; quizás por ello se impone la evidencia de su naturaleza comunicativa y se reconoce la importancia del lector y el contexto social en que se inscribe la obra.

    Es ya muy difícil negar la existencia y la validez de la literatura infantil desde los mismos presupuestos teóricos que sirvieron para interpretar la literatura canónica. Porque no sólo crece espectacularmente la creación y edición de libros para niños, sino que la propia ciencia literaria proporciona las bases sobre las cuales se pueda justificar y explicar el fenómeno literario en relación con un receptor específico como es el lector infantil.

    En estas circunstancias, la investigación y la reflexión sobre la literatura que leen los niños debe abrirse paso en nuestro territorio a partir de las experiencias propias del lector. Sería un paso de gran importancia en la consolidación de una tradición investigadora que aplica los conceptos y métodos de teorías de la literatura como la pragmática, la estética de la recepción o la narratología a la literatura infantil, mostrando, al mismo tiempo, la validez del método de análisis y la condición literaria de esta clase de obras que ya circulan socialmente sin la sanción de lo literario.

    El análisis de estos textos en el seno de un acto de comunicación desvela dónde radica su identidad específica. La dinámica que interrelaciona emisor, receptor y texto, y la especial condición del receptor como un sujeto inmaduro, inestable y en proceso de aprendizaje, conduce al uso de unas estrategias textuales determinadas. En tanto que el receptor infantil es un sujeto en crecimiento y educable, su acceso al texto literario siempre tiene lugar mediante intermediarios adultos, que terminan constituyéndose, se quiera o no, en parte de ese lector modelo que condiciona el discurso desde su origen. Estamos, pues, ante textos ambivalentes que se explican por el receptor dual al que se dirigen.

    Cada vez sabemos más sobre cómo se produce el aprendizaje literario; han sido la psicología y la propia teoría de la literatura las que han clarificado los mecanismos y procesos a través de los cuales el ser humano adquiere la competencia necesaria para comprender e interpretar esa especial forma de lenguaje que es la literatura. Sabemos, por ejemplo, que la forma en la que están configurados los textos es determinante en este aprendizaje, ya que cada uno de los elementos del discurso literario pone en marcha unos mecanismos de reconocimiento, anticipación, elaboración y confirmación de hipótesis sobre los que se asienta, entre otros, el aprendizaje.

    Sabemos, en consecuencia, la importancia de que los textos a los que el niño o la niña tienen acceso sean los adecuados a su momento madurativo y permitan que los mecanismos de aprendizaje funcionen correctamente. Para poder establecer los itinerarios lectores que realmente conduzcan a una competencia literaria plena es preciso conocer cómo son los textos; puesto que parece inherente a ellos la existencia de un mediador, cuanto mejor se conozcan las claves de su discurso, mejor se podrá abordar la actuación de este intermediario social.