De los discursos que saben a cacho

Ana-María-RuízPor: Ana María Ruiz Perea

@anaruizpe

Aunque parezca que nada va a cambiar en esta Colombia que parece estar acordando un futuro menos violento, muchas cosas serán diferentes a partir de la ratificación del Acuerdo y su implementación. Hay unas evidentes, la disminución de soldados y campesinos muertos, la posibilidad de vivir sin miedo en muchos rincones del país. Pero uno de los cambios de los que menos se habla será que, necesariamente, tendremos que acostumbrarnos a escuchar lo que no queremos oír.

Me refiero al lenguaje descarnado, sin pudor y sin asomo de corrección política de quienes han representado por décadas el poder de las armas, quienes han arrasado con campos y veredas, quienes han asesinado o mandado a asesinar. En estos últimos días, mientras la Representante a la Cámara María Fernanda Cabal barbarizaba en un foro, el guerrillero Romaña en el Yarí le daba una entrevista a La Silla Vacía y, a cual más, develaron por qué representan el lado oscuro de la fuerza, la entraña de la guerra colombiana.

Cabal no tiene filtro para decir que el ejército colombiano está vendido, que son unas “damas rosadas” que “vendieron su doctrina” y dejaron de ser la “fuerza letal” que deberían ser. Nada más antidemocrático que reducir la función de las fuerzas armadas a la de unos matones encargados de asesinar y punto, como si los uniformados de un Estado no estuvieran, en primer lugar, para proteger la vida de los ciudadanos. Ah, claro, lo que pasa es que el ejército que esta señora dice “amar” es ese nicho de pactos subrepticios entre fuerzas regulares e irregulares para asesinar campesinos y sindicalistas, para recibir pagos de empresas y terratenientes para “limpiarles” el terreno de comunistas.

Entre tanto, Romaña y los que como él se dedicaron a dar plomo en el monte para acabar con el Estado arrasando tras de sí con la esperanza de vida y desarrollo del campo colombiano, tampoco tienen filtro. Justifican sus delitos con una tranquilidad que ofende a todos los que nunca hemos recurrido a un arma para poner en claro nuestras posiciones. Admiten los crímenes como quien hace recuento de méritos, y encima, los justifican con argumentos mamertos de hace medio siglo, como si el mundo siguiera en guerra fría y la solidaridad de los pueblos pudiera estar de la mano del violento. Arrogantes. Ofensivos.

Si, nos saben a cacho. Si, ofenden. Si, polarizan. Pero tragarnos estos sapos es el costo de la democracia, que haya seres humanos tan obtusos, que tengan poder político, y entonces peleárselo en las urnas. Seguramente veremos un día por venir un debate en el Congreso entre Cabal y Romaña, o unos personajes de ese estilo. Permitir que ese par de ignorantes alienados guerreristas se batan a palabra limpia, y que eso signifique ni un muerto más en este país por cuenta de las ideas políticas, es razón de más para votar por el SI. Ninguno de esos extremistas merece mi voto, pero doy este y todos los votos por que así sea.

Eso es lo que está señalado en los acuerdos. No creamos pues, inocentemente, que al ratificar los Acuerdos todo serán pajaritos y praderas y paz bucólica.

Lo que se nos viene es aun más duro que haber sacado adelante estos acuerdos, titánica labor que encabezó Humberto De la Calle con responsabilidad, honor y sensatez. Lo que enfrentamos como país es el reto de respetar las ideas contrarias, y ganarles la partida en franca lid dentro de las reglas democráticas. No habrá más un 40% del Congreso cooptado por los paramilitares como sucedió en las parlamentarias de 2002, sin haber entregado las armas, aupados sobre la sangre de las peores masacres de la historia colombiana. Tampoco le entregaremos el Congreso a las Farc, que tendrán inicialmente 2 representantes en Senado y Cámara con voz pero sin voto; y en el 2018, a la plaza pública, a ganarse los votos para lograr las curules, porque según el Acuerdo en esas elecciones solo tendrán 3,7 de los escaños “regalados”.

¡Respete! Me dijeron en las redes cuando hice un comentario en el sentido de esta columna. Para mi, la cuna bugueña, el diploma uniandino y el marido ganadero de María Fernanda Cabal no son ningún privilegio que impida criticar su guerrerismo, como tampoco me tengo que callar frente al campesino adoctrinado que cree que la amenaza de la fuerza le da supremacía sobre mi vida y sobre mis ideas. No respeto a las Farc ni a los Paras ni a ningún grupo armado. Pero dejaré de desconfiar de ellos, y de criticarlos, cuando demuestren que son capaces de dejar de señalar a quienes hay que matar, y me demuestren que son capaces trabajar por un país donde no domine el que más mate.

Por que soy consciente de que lo que viene es difícil, pero vale la pena apostarle a un futuro sin guerra, voto Si. #ObvioSI