De la opinión pública

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

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Es preciso comenzar por recordar que desde los griegos en la Antigüedad se estima que los seres humanos somos animales políticos. En este sentido, el concepto social está ligado al de político y los dos términos se complementan o se unen. Esto permite enfatizar que en toda sociedad se establecen y manifiestan relaciones de poder. La relación Estado-sociedad es una relación política. Es cierto que no faltan quienes niegan su ser político argumentando que la política no está entre los temas de interés, desconociendo que la política querámoslo o no afecta o condiciona nuestras vidas.

A pesar de estas expresiones de apatía, lo que se observa es que la gente en general, tiene centradas sus esperanzas en aquellos que tienen la posibilidad de responder a sus múltiples expectativas. Por ello nada tiene tanto interés en la opinión pública que las decisiones y acciones de aquellos que detentan o aspiran ejercer el poder.

En un legítimo régimen político democrático, la opinión pública verdadera resulta implacable a la hora de medir los aciertos y/o desaciertos de quienes tienen el privilegio de conducir las riendas del Estado. En una sociedad moderna es fundamental el papel que la opinión pública ejerce en una democracia como mecanismo de control y de presión social. La falta de cultura democrática hace que frecuentemente no pocos políticos y dirigentes se enfurezcan cuando son cuestionados o criticados. Se creen intocables y pretenden colocarse por encima del bien y del mal. Olvidan que la universalidad de la ley es condición básica de un Estado de Derecho y los administradores públicos no se pueden atribuir privilegios. Es así que quienes tenemos la posibilidad de participar de la opinión pública debemos procurar al extremo ser imparciales al tratar hechos relacionados con actores sociales cuyas acciones ejercen impacto en la sociedad.

En un mundo moderno, los medios de comunicación son el mecanismo màs adecuado para exponer, difundir y reproducir los diferentes criterios de quienes nos tomamos la tarea de pensar y de opinar. No es posible concebir una sociedad democrática sin una opinión respaldada en la libertad, capaz de convertirse en abanderada social. Por eso se habla de prensa libre y responsable. En ocasiones se hace evidente que falta de un periodismo investigativo, el temor a denunciar lo incorrecto, el desdén por la imparcialidad, el desprecio de lo necesario, en no pocas ocasiones quitan sentido a la opinión pública.

Hay “periodistas” sectarios, que recuerdan épocas aciagas de la violencia de mediados del siglo pasado. Es así que toda acción, por mala que sea, del partido o político de sus simpatías es valorada positivamente; pero nunca encuentran nada bueno- por meritorio que sea-, de quienes no les simpatizan. Contamos con un orden constitucional moderno, sin embargo, este tipo de comunicadores o periodistas de opinión siguen navegando en el viejo país. Olvidan que un periodismo moderno es un periodismo para la democracia y la paz. El odio, la desconsideración hacia el otro, el estigma hacia el diferente ponen en entredicho la libertad de prensa y la misma democracia.

En un país como el nuestro que se ufana de pluriètnico y multicultural, son múltiples los actores y escenarios que comprometen nuestra vida cotidiana, no obstante escasean posiciones críticas con respecto a sucesos o temas de interés social. Aquí debieran ocupar una posición destacada los intelectuales. Pero no. Los intelectuales se sienten muy poco. Hechos relevantes pasan inadvertidos. Condenados a la indiferencia. Se malogra una opinión pública que pueda servir de control social que sirva de advenimiento de un nuevo país.

Cuando los intereses de la sociedad se extravían, una verdadera opinión pública es capaz de direccionar lo desviado. Es preciso resaltar también, que algunos columnistas desaprovechan el espacio que generosamente les brindan los periódicos y escriben temas que a la mayoría de la gente no le interesa. En estos casos, los directores de periódicos deben ser más selectivos, sin temor a que se les tilde de ponerle palos a las ruedas de la libertad de prensa. No hay que olvidar que los mejores periódicos del mundo deben mucho de su prestigio a sus columnistas.

La opinión pública, como el mismo término lo señala, trata temas de interés público. Y lo público no se puede concebir sin su dimensión política.

Coletilla: En la actual campaña política por la Presidencia de la República, la opinión pública está centrada en lo que se ha denominado “guerra sucia” respecto al sonado caso del hacker. Lo más conveniente y decente es que Oscar Iván Zuluaga retire su nombre de la contienda presidencial, tal como lo anotó el columnista Ramiro Bejarano en El Espectador.