Crisis moral y sociedad sin escrúpulos

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

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Hace mucho tiempo que la sociedad colombiana viene traspasando los límites de la moral y de la ética. En la práctica se ha venido consolidando una cultura del pillaje que le hace apología al crimen y al delito.

Desde todos los escenarios de la cotidianidad colombiana, cada día nace un nuevo escándalo, siendo el más reciente el que condena al olvido el anterior; como en un círculo vicioso que amenaza nunca terminar.

No hay institución alguna que no esté revestida de corrupción, situación que ha invalidado la posibilidad de construir tejido social que pueda llevarnos a los senderos de una cultura en donde sean posibles valores, tales como la honradez, el respeto, la solidaridad, el bien común, la pedagogía del esfuerzo tras el legítimo derecho de sobresalir en la sociedad, etc.

La cultura del dinero fácil, la trampa como medio y como fin, falsos positivos, chuzadas, ascensos ilegales de militares, proliferación de carteles, títulos en compraventa en universidades, asaltos al patrimonio público por doquier, en fin, una serie de comportamientos que peligrosamente se han hecho comunes y corrientes, ante los cuales, parece que se hubiese perdido la capacidad de asombro de parte de esta sociedad sin escrúpulos.

La llegada del ex ministro, Andrés Felipe Arias, Uribito, después de ser extraditado de Estados Unidos, donde se encontraba fugitivo, ha sido objeto de mucha controversia y tela de dónde cortar en las redes sociales.

Que debe ser tratado como cualquier prisionero, porque en este país no debe haber delincuentes de alta y otros de baja gama, a la hora de la igualdad ante la ley; que la prohibición a los medios de cubrir aspectos de la llegada al país, no fue igual a la de David Murcia; que la bancada del Centro Democrático debe dejar de blasfemar contra la Justicia bajo el sofisma de que Arias es un perseguido político; que les queda muy mal a la ministra del Interior y a la vicepresidenta hacer fungir de víctima a un fugitivo de la justicia, que debe pagar una condena de 17 años por apropiarse de los recursos de Agro Ingreso Seguro que debieran destinarse a los campesinos pobres de este país para dárselos a los ricos.

Que el senador Uribe hasta qué punto estará comprometido con Arias para defenderlo, como lo hace, a capa y espada; que hay silencio de parte de Duque sobre la extradición de Uribito, a quien no se le debe dar trato privilegiado; más aún, cuando el subpresidente viene manejando un discurso anticorrupción que ya nadie le cree.

Que se habla mucho de la fuga De Santrich pero poco comentan los medios y los amigos de los prófugos, sobre la fuga de Luis Carlos Restrepo, el denominado ‘doctor ternura’, prófugo de la justicia por ser responsable de la falsa desmovilización del frente Cacica la Gaitana de las Farc ; ni de la fugitiva ex directora del desaparecido Das, María del Pilar Hurtado y las chuzadas por orden presidencial; ni qué se hizo el ex fiscal Martínez Neira relacionado con el escándalo de Odebrecht.

Reiteramos que en un país como el nuestro, donde es evidente la crisis generalizada de valores y en donde se siente el deterioro moral en todas partes, resulta necesario considerar la importancia de fomentar valores capaces de dignificar el comportamiento de las personas; valores que permitan sentar las bases para la construcción y consolidación de un país más ético, más amable, más incluyente, más solidario, más humano y por lo tanto, más feliz.

Es común referirse a las crisis económicas, es posible que muchas de ellas sean consecuencia de la corrupción. Vastos sectores de nuestra sociedad sobreviven en la miseria y la pobreza, todo esto puede ser muy cierto; pero hace falta algo esencial: falta enfatizar en los valores humanos, es decir, en las personas, que son las que se han encargado de llevar las instituciones a la crisis y al fracaso.

Es la sociedad la que recibe su funesto impacto, es la sociedad la indiferente y en muchas ocasiones se pone en simpatía con el resquebrajamiento de valores que hoy la asfixia.

El sociólogo Emile Durckeim, se refiere a la anomia, que es un estado generalizado de descomposición social donde la ley y la justicia valen un comino. La conciencia social construida en la solidaridad es la solución que concibe el citado autor francés.