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    Corona virus y catalepsia en Popayán

    MALAHORA

    mateo.malahora@gmail. com

    Recuerdo muy bien el día de mi muerte a causa del Corona virus. Todos comenzaron a pensar, seriamente, que morirían en los próximos meses o días, no había tiempo para la tristeza, únicamente me miraban de reojo, con máscaras, como si fueran actores pasivos de los sistemáticos enfrentamientos entre Esmad y estudiantes en el Cerro del Morro, en Popayán.

    En la Ciudad Blanca la muerte se había democratizado. Era una forma, al final de los tiempos, de entender, por medios didácticos, tenebrosos y pedagógicos, la igualdad social. Yo fui una de las víctimas y asistí a mirarme en el sarcófago, ¡qué nombre tan raro!, para un acontecimiento liberador.

    Todo parece indicar que la democracia del pueblo, afín de ser del pueblo, comienza por crear condiciones para que los males esenciales, no los bienes, puedan, por los más variados caminos, llegar a las mayorías.

    Nadie volvió, por ejemplo, a hablar del derecho a la salud, que por sustracción de materia había desaparecido, arguyó un prestigioso abogado. Le sostuvo a sus clientes que la epidemia era tan evidente que ninguna autoridad administrativa podría pronunciarse.

    Me trasladé de salas de velación y ninguna me dio sepultura por temor a que el virus fuera resistente a la cremación. El Alcalde y el Gobernador pidieron paciencia, estoicismo y serenidad, ante la fila de cadáveres, principalmente de sus electores, que cada día eran arrumados en los parques.

    Les cuento que es espantoso haber muerto de esa manera. Hay muertes como las producidas por paros cardíacos que significan prestigio social, pero fallecer infectado, por haber carecido de defensas, es una calamidad y, lo más dramático, no poder hacer nada por los demás. “Es como morir de tifo, en ésta época del desarrollo inmunológico, desacreditado, estigmatizado y difamado socialmente”, dijo un comunicador, antes de fallecer con el micrófono en las manos.

    Créanme, estoy escuchando todo, tengo los ojos cerrados, con un rictus funébrico, pero no he podido permanecer tranquilo, pareciera que padezco es catalepsia, una enfermedad psicótica y no Corona virus, aunque un afamado científico mundial, al que no le creyeron y en su país lo enviaron a la cárcel, dijo por las redes sociales, antes de quedar sin signos vitales, que eran padecimientos asociados.

    Con beneplácito escucho a esta hora, por la emisora Mil 40, que la Administración Municipal ha dado una licencia de tres meses a quienes recojan cadáveres en los bares, vehículos, iglesias, universidades y colegios para embellecimiento de la ciudad ad portas de la Semana Santa y los coloquen en fogatas públicas, instaladas por la Corporación de Ornato ciudadano. A mis familiares y amigos le quiero contar que no estoy muerto, estoy paralizado por el miedo, es una turbación cósmica, global indescriptible, del tamaño de la massmedia y, si llega la vacuna, por favor agoten todos los medios para despertarme, sacúdanme y sáquenme un encefalograma.

    Con el tiempo, les prometo, volveré a morirme y hasta volveré a verme muerto. Uno terminará boquiabierto por no saber nada del origen del Corona virus y no poder intervenir para salvar a los vecinos que viven padeciendo estrecheces económicas y se han visto obligados a comer sopa de murciélagos, al confundirlos, por error en la clasificación taxonómica, con aves silvestres.

    Y, si alguien más está muerto, víctima del Corona pánico o catalepsia, deben saber sus familiares que a las personas les asiste el derecho inalienable a no dejarse invadir por el espanto, el horror, la consternación y la angustia, como si estuvieran llegando solas y coronadas al infierno. Hasta lueguito.

    Salam Aleikum